GEORGIA Y ARMENIA – DIARIO DE VIAJE Por Luis y Pilar (parte 2)
7º día: SIGHNAGHI-GORI
Amanece un día espléndido, desayunamos junto al balcón en el que se secan varios jamones, paletillas, lomos y pancetas y a continuación salimos a dar una vuelta. En Sighnaghi se ha invertido mucho para crear la sensación, un poco falsa, de ciudad medieval bien restaurada y mantenida, hay calles peatonales adoquinadas y los edificios del centro lucen impecables (fuera de las murallas en cambio abundan las chabolas). Hay incluso una colección de originales esculturas metálicas repartidas por las plazas.
A pesar del calor nos animamos a salir andando hasta el convento de Bodbe, a unos 3 kms. Aquí está enterrada Santa Nino y la comunidad que lo ocupa es de monjas; llegamos al final de una ceremonia muy concurrida, las monjas están cantando y hay muchas mujeres que entran y salen a ratos para descansar ya que la ceremonia ha durado varias horas.
Cuando la cosa se despeja un poco entramos a ver el sepulcro, que es muy sencillo, y las pinturas del siglo XIX que adornan los muros. En los alrededores hay una fuente que se considera milagrosa, pero no nos apetece subir hasta ella y además tenemos algo de prisa; aprovechamos un taxi que permanece ocioso a la entrada para volver a la ciudad y recoger nuestro equipaje en casa de Zandarashvili. El abuelo nos lleva a la plaza en la que paran las marchrutkas con la esperanza de reclutar nuevos clientes; nos despedimos de él y sacamos billete a Tbilisi (12 GEL).
En la estación Didube de Tbilisi damos unas cuantas vueltas por las calles llenas de barro y baches hasta encontrar un autobús que nos lleve a Gori. Hay que sacar billete en ventanilla pero no sabemos si salen a horas fijas porque en un par de minutos se llena completamente y salimos (supongo que el destino final es Kutaisi o Batumi). En 2 horas nos plantamos en la patria chica de Stalin y sabemos dónde hay que bajar porque no en todas las ciudades de 50.000 habitantes hay una arteria tan desproporcionada como la Stalinis Gamziri.
Gori es una especie de fantasía arquitectónica modelada para mayor gloria del gran dictador soviético, pero toda grandeza se concentra en una avenida de varios kilómetros en la que se alinean inmensos edificios oficiales: museo, ayuntamiento, un hotel Intourist que todavía funciona, bancos y otros equipamientos. El resto de la ciudad consta de degradados barrios de casitas ruinosas y una colina que alberga una fortaleza antigua sin mucho interés. No encontramos ni un solo cybercafé.
Alojamiento y comidas en Gori
El Intourist nos intimida un poco desde fuera así que optamos por el Hotel Victoria, que está cerca del extremo sur de la avenida, antes del puente que cruza el río Mtkvari. Nos cuesta encontrarlo varios paseos arriba y abajo porque no hay indicaciones fuera del bulevar y la gente no se entera mucho de lo que les preguntamos. El hotel está vacío y, como buena creación soviética, tiene algo de siniestro pero en general no está mal. Nos cuesta 80 GEL sin desayuno.
Para cenar hay varias opciones y nos decidimos por un restaurante que hemos visto no muy lejos del hotel, en la Avenida Stalin. Es un local decorado en estilo rústico, con muchas piezas de caza disecadas; al entrar contemplamos una escena a la que ya nos vamos acostumbrando: un cliente intenta levantarse y no lo consigue porque las piernas no le sostienen; su amigo intenta ayudarlo pero como también va muy “perjudicao” no consigue arrastrarlo. Al final interviene el camarero, que a duras penas logra poner a ambos en la calle.
Nada más sentarnos nos mosqueamos un poco con las chicas porque nos dicen que no hay vino a granel, que si vemos beberlo a algunos clientes es porque lo traen ellos mismos (y quizá sea verdad, por extraño que parezca), al final elegimos un vino embotellado que cuesta 15 GEL y la cena es aceptable. Nos empeñamos en dar un paseo nocturno, sopla un viento gélido y los bares que quedan abiertos en la desierta avenida son como oasis inhóspitos porque también están casi vacíos. Nos retiramos temprano.
8º día: GORI-BORJOMI
Amanece lluvioso de nuevo. Desayunamos café turco y khachapuri en un local del bulevar decorado como un viejo vagón de ferrocarril y a continuación nos dirigimos al museo, que según la LP es el más interesante de toda Georgia. El Stalin Museum (15 GEL) fue inaugurado en 1957, cuatro años después de la muerte del líder. Mientras Khruschev se esforzaba en erradicar el legado político del estalinismo, paralelamente favorecía el culto a la personalidad del Padrecito, pero limitado a su pueblo natal.
El museo es un vasto edificio de 2 plantas con una torre, verja y jardines, fácilmente reconocible desde el exterior por la estatua de tamaño natural que hay frente a la entrada. La exposición recorre toda la historia de Stalin y del comunismo soviético ignorando los aspectos más espinosos; resulta interesante para cualquier visitante con curiosidad por la Historia, si bien la mayor parte de los textos explicativos no están en inglés. En los jardines se conserva la casa de madera y ladrillos en la que nació Stalin y también el coche de ferrocarril que solía usar para viajar a través de la URSS. Al salir pasamos por la tienda y compramos varios ejemplares de un volumen, de tamaño libreta y con muy pocas páginas, que reproduce la Obra Poética Completa de Stalin. Cada poema está en 3 idiomas: georgiano, ruso e inglés.
Después de ver el museo vamos al vakzal y abordamos una marchrutka con destino a Borjomi. Hemos desistido de ir a Uplistsikhe porque sólo se puede ir en taxi y las descripciones del lugar no nos seduce; nos reservamos para visitar más adelante las cuevas de Vardzia. Pasado el cruce de carreteras de Khashuri entramos en un magnífico paisaje de montañas boscosas, ríos y aldeas.
Borjomi fue uno de los balnearios favoritos de la aristocracia en tiempo de los zares y durante la era soviética siguió siendo muy popular. El agua carbonatada natural que surge de su famosa fuente se exportaba a todas las repúblicas de la URSS y en la actualidad se sigue encontrando cuando menos por toda Georgia (a nosotros también nos gusta mucho). Salimos a ver lo que queda del antiguo balneario y cogemos agua de la fuente, igual de buena que la embotellada pero a alta temperatura.
El espléndido parque ha sido convertido en una especie de parque de atracciones kitsch, poco concurrido en esta época del año. Vamos hasta el final y seguimos andando por un precioso sendero que sube suavemente hacia los bosques; la temperatura es agradable y disfrutamos de los altos abedules y abetos, vemos muchas setas y plantas con flores y vadeamos un par de riachuelos. Al final nos topamos con un río demasiado ancho y tenemos que volver al pueblo.
Hay una especie de vigilia en torno a una iglesia, en medio del parque fluvial; mucha gente está congregada en el exterior, sin duda porque dentro no caben todos, portando unas palmatorias con velas encendidas. Debe de ser su manera de celebrar el Jueves Santo y nos sorprende encontrar muchos jóvenes, en actitud muy alegre sin perjuicio de la solemnidad del momento.
La devoción cristiana es un fenómeno social en Georgia y se extiende a todas las capas de la población; chicas jovencísimas que no dudan en cubrirse la cabeza con pañuelos (generalmente blancos o de colores vivos) para ir de iglesia en iglesia rezando y poniendo velas a sus iconos favoritos, hombres fornidos que quizá han sido feroces soldados o rudos camioneros mostrando los tatuajes de sus dedos al persignarse delante de cada monasterio, etc.
Cerca de allí me llama la atención otra curiosidad: en la estación de ferrocarril apenas llegan 2 convoyes al día desde la capital y no van muy llenos porque el transporte por carretera es ahora más rápido y frecuente; sin embargo en el vestíbulo todavía se puede ver una tabla de horarios escrita en ruso en la que figuran más de cien ciudades desde las cuales en otra época llegaban trenes, entre ellas muchas tan distantes como Riga o Alma Ata.
Alojamiento y comidas en Bordjomi
9º día: BORJOMI-VARDZIA-BORJOMI
Hoy no llueve, pero está nublado y los perfiles de las montañas se confunden con el cielo gris; cuando llegamos a las cuevas apenas las distinguimos en la ladera del monte. Vardzia es otro lugar emblemático para la cultura georgiana, y tal vez más en la coyuntura política actual pues nos hemos dado cuenta de que muchos habitantes de Javakheti, la región en la que nos encontramos, son armenios y desearían integrarse en el país vecino.
Pagamos la entrada (6 GEL) antes de subir a pie la larga cuesta que lleva hasta el extremo de la alineación de cuevas. Vardzia fue concebida como construcción defensiva por los reyes georgianos del siglo XII y más tarde la reina Tamara amplió sus instalaciones con un monasterio compuesto de multitud de cavernas dispuestas en 13 niveles, que llegó a albergar a más de 2000 monjes. Más tarde sufrió un terremoto que derribó las murallas exteriores y quedó indefensa frente a las invasiones; la última de los persas en el siglo XVI dejaría el lugar desierto hasta que hace unos años se instaló una pequeña comunidad de monjes.
En nuestros días el sitio impresiona por su tamaño (120 cuevas excavadas con cientos de habitaciones distintas) y por las magníficas vistas que podemos apreciar cuando por fin sale el sol. Una iglesia que ocupa el centro de la ladera conserva todos sus elementos arquitectónicos y pinturas originales, además de un conjunto de estrechos pasadizos muy divertidos para los niños.
En el camino de vuelta paramos a ver la fortaleza de Khertvisi, colgada en lo alto de la colina que domina la entrada de un valle. En su origen hay una leyenda, según la cual la reina Tamara convocó una especie de concurso entre los arquitectos del país para ver quién levantaba la mejor torre de piedra. El maestro más famoso de aquel tiempo resultó vencido en la competición por un simple aprendiz y presa de la rabia saltó desde lo alto de su torre al suelo y murió. En la actualidad el castillo está casi completamente reconstruido y resulta muy vistoso en mitad del bucólico paisaje.
Antes de volver a Akhaltsikhe tomamos una estrecha carretera que asciende y asciende durante unos 10 kms a través de un impresionante paisaje, con las montañas del Cáucaso al fondo, para terminar en el monasterio de Sapara, Este complejo tiene su origen en el siglo IX y además de ocupar una situación escalofriante en los alto de un barranco, sus 6 iglesias están increíblemente bien conservadas. En una de ellas, la de San Saba, se pueden ver los que probablemente sean los mejores frescos medievales de Georgia, que datan del siglo XIV.
Cuando llegamos a Borjomi, ya de noche, vuelve a llover a mares.
10º día: BORJOMI-KUTAISI
Motsameta ocupa una localización verdaderamente espectacular en lo alto de una colina que domina el meandro del río Tskhaltsitela; el paso hasta la pequeña iglesia es muy estrecho y resulta muy difícil de fotografiar, pero la visita desde luego vale la pena. El nombre del río significa “agua roja” y tiene su origen, cómo no, en una leyenda: los duques de Argveti eran dos hermanos que gobernaban la región allá por el siglo VIII, época de la invasión árabe. Los invasores asesinaron a todo el mundo y a los duques los arrojaron al río, pero unos leones recogieron sus cuerpos y los volvieron a subir a la colina, por eso se construyó allí una iglesia para darles sepultura. Su tumba fue objeto de una especial devoción a lo largo de los siglos y en 1923 la Cheka (policía política de los soviets) llegó hasta Motsameta para incautarse de ella y trasladarla a Kutaisi, pero de nuevo intervino lo sobrenatural y los huesos de ambos mártires regresaron milagrosamente al punto de partida. En la actualidad muchos fieles siguen visitando la iglesia para cumplir el rito de pasar a gatas por debajo del estrecho sepulcro.
Alojamiento y comidas en Kutaisi
Nos habían recomendado el recién inaugurado Hotel Old Town, y lo cierto es que es un sitio elegante y con habitaciones bien equipadas para lo que es habitual en Georgia, pero también es bastante caro y encima nos encontramos con un personal muy borde. Nos dieron la habitación más cara (90 USD con desayuno) lo cual en un principio nos molestó bastante.
Al día siguiente nos encontramos en el desayuno con un gran grupo de israelíes que viajaban haciendo una especie de rally, así que tal vez fuera cierto que el hotel estaba casi lleno. En cuanto a restaurantes, nos dio la impresión de que escasean y de todos modos no encontramos ni uno solo abierto, ni tampoco locales de fast-food ni simples cafeterías. La Paska se celebra en Kutaisi a la manera del Jueves Santo en la España de los años 50 y prácticamente todo está cerrado. Nos conformamos con comprar queso, embutidos, panecillos y cerveza en una tienda y comer en la habitación.
11º día: KUTAISI-MESTIA
Dejamos Kutaisi tal como nos la encontramos: con las calles vacías. Una marchrutka nos lleva en unas 2 horas a Zugdidi (7 GEL), desde donde esperamos seguir viaje hacia la mítica región montañosa de Svaneti. El transporte hasta esa comarca es escaso, sólo hay un par de salidas diarias en furgonetas que los habitantes usan para transportar mercancías.
Preguntamos en la caseta que utilizan y nos dicen que la marchrutka de la tarde saldrá a las 15h y como aún no es ni mediodía aprovechamos para dar una vuelta, dejando las maletas en la caseta sin ningún reparo; estamos seguros de que a la vuelta nuestro equipaje seguirá allí (y de todos modos no llevamos nada valioso).
Para ser una ciudad de segundo orden, Zugdidi resulta estar mucho mejor equipada y más animada que lo que hemos visto en Kutaisi; hay un mercado cubierto muy interesante y varios cibercafés abiertos, también nos sorprende encontrar un bulevar decorado con mosaicos que representan grandes banderas georgianas (la actual, con las 5 cruces de San Jorge).
Este bulevar lleva el nombre de Zviad Gamsajurdia, el conflictivo presidente que proclamó la independencia del país en 1989 y que más tarde se convertiría en golpista. Parece ser que Zugdidi era su feudo particular y a nadie le sorprende que la ciudad reivindique su memoria. Con todo, lo más extraño es que según la guía LP esta ciudad cuenta con uno de los mejores restaurantes del país, el Diaroni; tenemos curiosidad por comprobar qué hay de cierto y resulta que el dato es correcto, comemos muy bien y el servicio es excelente.
De vuelta a la estación de marchrutkas nos fijamos en una réplica de las torres defensivas de estilo svan, que pronto veremos en abundancia. La furgoneta se pone en marcha poco antes de las 15h, es cierto, pero sólo para recorrer unos cientos de metros y entrar en el patio de una propiedad en la que hay un almacén. Comienza una aburrida espera durante la cual el conductor, ayudado por un par de pasajeros, se esfuerza en acomodar un cargamento compuesto de muchas cajas de tomates y otras hortalizas, sacos llenos de no se sabe qué y enseres de lo más diverso.
Cuando parece que lo han conseguido seguimos esperando sin saber qué hasta que vemos llegar a otro de los viajeros que trae un buen montón de cartones de huevos. Por fin salimos a la carretera y pagamos los 20 GEL por persona que cuesta el viaje; son ya las cuatro y media y sabemos que el camino hasta Mestia, la aldea que hace las funciones de capital comarcal de Svaneti, es bastante largo a causa del mal estado de la carretera. Aparte del conductor y de nosotros dos viajan 5 fornidos svans y una joven turista israelí. Pronto la carretera abandona el fértil valle y comienza a subir paralela al río hasta las inmediaciones de un gran embalse, a lo lejos vemos algunas cimas cubiertas de nieve.
Volvemos a parar al cabo de hora y media junto a una especie de bar de carretera de estilo hiper-rústico, con la cabina del retrete colgada sobre el río; pero resulta que no paramos sólo para ir al baño, en seguida nos damos cuenta de que los svans tienen intención de celebrar una sesión en toda regla; nos mezclamos espontáneamente con ellos, ocupando una gran mesa dentro de una de las salas de la taberna y al poco tiempo nos sirven varios kubdari (tortas de harina con carne hechas al horno) cortados en cuñas y un par de jarras de vino de dos litros. Nos reparten vasos y el tamada comienza a ejercer sus funciones ordenando llenarlos y pronunciando el primero de una larga serie de complicados brindis.
Nosotros, como la chica israelí, tratamos de saltarnos varios vasos, y no sólo por miedo a acabar con un coma etílico sino también porque el vino es más bien malo. Tal vez por la misma razón el conductor anuncia su retirada después de apurar 6 vasos, pero el resto sigue en la brecha y consiguen vaciar otros tantos. Cuando nos levantamos han pasado casi dos horas y hemos dado cuenta de 5 grandes jarras de vino, claro de color pero turbio de todo lo demás. Pregunto cuánto nos toca pagar a escote y me piden 6 GEL, la hebrea como era de esperar se hace la sueca y no afloja.
Seguimos viaje acercándonos al crepúsculo pero mientras dura la luz vemos un paisaje de alta montaña cada vez más impresionante, hay grandes cordilleras en todas direcciones y las aldeas y granjas se suceden. En una de ellas se baja el hombrecillo calvo que ha ejercido de tamada y los otros nos dicen con sorna que es un policía. El camino cada vez es peor, lleno de baches y piedras, está oscuro pero el conductor se conoce el trayecto de memoria y avanza con mucha seguridad entre curvas y repechos. Llegamos a Mestia cuando son las 22h pero hemos tomado la precaución de llamar por teléfono a una de las casas de huéspedes que figuran en la LP, la de Nino Ratiani, así que nos dejan en su puerta y nos encontramos la cena servida y habitaciones preparadas.
Alojamiento y comidas en Svanetia
En la casa de Nino pagaremos 40 GEL por persona y día en pensión completa, nos parece un poco caro pero tampoco vamos a pasar el tiempo suficiente para comparar. La comida está bien, hay poca carne pero a la noche hacen sopa y las ensaladas y platos fríos variados están disponibles todo el día. No incluyen vino ni cerveza pero nos venderán botellas de vino bastante bueno por 8 GEL que compartiremos con los otros huéspedes y ellos por su parte nos invitan con cerveza y vodka.
Con la habitación tenemos menos suerte porque la casa de Nino está llena y nos envían a la de la vecina de enfrente; son habitaciones grandes y desnudas con una cama bastante maltratada, mantas raídas y nada más. Disponemos de una pequeña estufa de resistencia que nos calienta la primera noche, pero por la mañana el filamento se rompe y deja de funcionar; se lo cuento a la dueña y le dejo el chisme en la terraza… cuando nos marchamos de Mestia todavía seguía allí.
12º día: SVANETI
En el desayuno nos encontramos con varios turistas israelíes que ya conocemos de etapas anteriores, además hay un italiano que reside en Rusia y un grupo formado por un esloveno, un portugués y una chica rusa de Letonia; viajan juntos porque los 3 viven en Holanda y trabajan en la misma empresa. A la chica hebrea con la que viajamos ayer la vimos de noche dando saltos encima de su cama (los grandes ventanales carecen de cortinas) como si estuviera en un pyjama party particular, a partir de entonces ya no la veremos más ni sabremos dónde se ha metido.
Hay otra pareja de israelíes que junto con el italiano proyectan hacer una excursión montaña arriba hasta el Glaciar Chalaadi, para la cual no hace falta guía; decido unirme a ellos y nos proveemos de comida y agua para pasar el día por allí. Al salir de la casa nos damos cuenta de que la capital de Svaneti sigue siendo una aldea agrícola en la que apenas han empezado a llegar inversiones del sector turístico; las calles no pueden estar más llenas de fango y baches y en cuanto se sale uno de la carretera principal hay que sortear granjas con vallados para el ganado.
En medio de los caseríos se levantan las curiosas torres defensivas de piedra, de origen incierto y con alturas de hasta 20 metros; no cabe duda de que los habitantes de este valle han sido muy belicosos puesto que, en lugar de hacer obras de defensa para todo el pueblo, cada familia o clan se construía la suya propia. Hay fantásticas cordilleras nevadas en todas direcciones, como formando un circo alrededor del valle; comenzamos caminando río arriba y a la salida del pueblo pasamos junto al aeropuerto.
A modo de terminal de viajeros hay una especie de tubo de metacrilato doblado como una escarpia con la punta hacia arriba; tal vez haya ganado un premio de arquitectura pero no parece una instalación práctica ni cómoda, por lo demás hay algunas personas deambulando por el recinto vallado del aeropuerto pero no se ve ni rastro de avionetas, ni siquiera un helicóptero.
Seguimos caminando hasta encontrar una pasarela que cruza el río y a partir de aquí el camino empieza a subir; después de media hora nos encontramos un puente de hierro colgado otra vez sobre el río, por aquí patrullan soldados pero al cruzarnos con ellos no advierten nada sospechoso y no nos piden la documentación. Seguimos subiendo por entre bosques de coníferas y pronto vemos al fondo la impresionante montaña que cierra el circo glaciar.
Hay bastante nieve y comenzamos a hundir los pies; ninguno de nosotros lleva polainas pero los israelíes son precavidos y han traído un gran rollo de cinta aislante bastante fuerte, así que me aprovecho de que por una vez los judíos regalan algo y en unos minutos estamos todos protegidos con bolsas de plástico atadas alrededor de los tobillos. Así continuamos andando mal que bien y pasado el mediodía llegamos a la lengua del glaciar. No se puede seguir más allá sin equipo, el suelo está helado y además se oye intermitentemente el estruendo de aparatosas caídas de piedras. Nos quedamos un rato contemplando el fascinante paisaje y recobrando el aliento, pero como sopla un viento bastante frío pronto bajamos al bosque en busca de un lugar protegido para comer antes de emprender el camino de regreso.
Pilar mientras tanto se pasa el día dando vueltas por el pueblo, viendo las extrañas torres defensivas, visitando el museo que tiene una colección de libros antiguos de los pueblos del valle, cruces e iconos medievales, paseando por las calles llenas de barro, etc. Nos cuentan que una compañía aérea privada ofrece vuelos entre Mestia y Tbilisi 4 días a la semana; las tarifas son razonables (75 GEL) teniendo en cuenta que nos ahorraríamos un larguísimo viaje por carretera, pero al final no nos decidiremos a reservar una plaza por varios motivos; el primero es que para ir a Armenia no es imprescindible volver a pasar por Tbilisi, el segundo que tendríamos que pasar 3 días enteros en Mestia y probablemente con 2 va a ser suficiente y el tercero es que no nos acabamos de creer que los vuelos sean operados realmente, de hecho no llegamos a ver ni un solo aparato en el aeropuerto en los 2 días que pasamos aquí.
La cena es muy alegre con una compañía tan joven y cosmopolita, bebemos mucho vino y cerveza y apalabramos con Nino una excursión en 4×4 para el día siguiente.
13º día: SVANETI
El precio habitual que piden los conductores para ir hasta Ushguli y volver son 200 GEL (incluida la comisión de Nino, bien entendido) pero como hoy somos 8 los interesados, nos ofrecen 2 vehículos con una pequeña rebaja y nos sale a 45 GEL por persona. Nos montamos nosotros 2 y el grupo de los 3 en un Mitsubishi Pajero y le pedimos a la chica de Riga que viaje en el asiento delantero porque es la única que habla ruso.
La carretera tiene tramos regulares y otros en los que pasar a más de 10 km/h es un suicidio, aún así podemos decir que tenemos suerte porque algunos años permanece cerrada por la nieve hasta junio. Paramos un par de veces en los lugares más despejados, para tirarnos bolas de nieve y contemplar el soberbio monte Ushba (4700 m) cuya ascensión tiene fama de peligrosa.
Mientras subimos el conductor le va contando en ruso a nuestra compañera todas y cada una de las leyendas relativas a las aldeas que atravesamos y ella nos las traduce al inglés lo mejor que puede; algunas son del tipo “Romeo y Julieta” pero la mayoría tienen más que ver con Macbeth o el Rey Lear pues se refieren a emboscadas, traiciones y matanzas de todo tipo.
Tardamos 2 horas largas en llegar a Ushguli, que desde sus 2100 metros presume de ser el pueblo más alto de Europa. Al aproximarnos vemos el resultado de una avalancha de nieve que ha caído muy cerca de las casas, y que de avanzar un poco más se habría llevado por delante a más de una.
Ushguli conserva la estructura de las aldeas medievales con sus casas de piedra y sus torres de vigilancia, peor conservadas que las de Mestia. Es un pueblo visiblemente muy pobre pero el paisaje nevado le da un aspecto imponente. Subimos hasta una colina que domina el pueblo y llegamos justo a tiempo para entrever la silueta del monte Shkhara antes de que la niebla lo borre. Esta cima alcanza más de 5000 metros y es la segunda más alta de todo el Cáucaso (la primera es el Elbrus, en la Federación Rusa).
Nos acercamos a ver la antigua iglesia de San Jorge, en lo alto de la colina, y aprovechamos la precaria protección del muro del cementerio para comer algo, pero hace frío y aguantamos muy poco sentados. Emprendemos el regreso cuando empieza a caer aguanieve y las calles se enfangan todavía más a causa de los excrementos de las ovejas, vacas y cerdos que pululan por todas partes; parece que hayamos vuelto a muchos años atrás. Unos jóvenes nos convencen para que paguemos la entrada de un “museo etnológico”, no es gran cosa pero pasamos un rato abrigados viendo el interior de una casa tradicional atestada de viejos cachivaches, algunos bastante ingeniosos.
Nos montamos en los coches con la ropa empapada, pero al poco rato de marcha deja de llover y volvemos a ver un cielo claro; para cuando llegamos a Mestia hay una preciosa luz de atardecer. Nos duchamos en el precario baño de nuestro alojamiento y antes de cenar aceptamos la invitación de nuestro chófer, que nos espera en su minúscula tienda-bar (el único tipo de comercio que hay en el valle). Cuando llegamos están sentados con él nuestros compañeros esloveno y portugués, bebiendo el vodka aromatizado con manzana que prepara en su casa y que nos parece delicioso a pesar de que ambos odiamos el vodka.