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Introducción de la historia de Georgia

Hoy, los expertos de la historia de Georgia tienen ante todo un fuerte sentimiento nacional autóctono y tienden a querer demostrar que los georgianos han estado en este territorio desde tiempos inmemoriales. Hay que decir que en la región, las naciones están llevando a cabo una seria competencia para ser la más antigua, la más autóctona, etc.

Dada la disparidad de fuentes históricas (fuentes georgianas, armenias, árabes, persas, turcas, rusas, romanas, griegas, asirias, etc.) y la casi ausencia de una agrupación exhaustiva de estas fuentes, resulta difícil afirmar muchas cosas de forma segura sobre la historia de Georgia sin entrar en polémica o en temas sensibles. Sin embargo, se puede trazar una línea histórica general del país.

Historia de Georgia - Entre Rusos, Azeries, Armenios y Turcos
Historia de Georgia – Entre Rusos, Azeries, Armenios y Turcos

La historia georgiana está marcada por breves pero sólidos períodos de unidad estatal, y por largos períodos de tiempo en que el territorio está dividido en una multitud de entidades, y bajo el dominio de grandes imperios. Se distinguen 5 aspectos importantes de esta historia:

Hasta el siglo XIX, dos grandes grupos geopolíticos se reunieron y se enfrentaron en el territorio de Georgia, que a veces destrozaron y a veces sometieron. Se lo han disputado con regularidad, y los príncipes autóctonos a veces los han combatido y otras veces han establecido alianzas con ellos. Se trata de los grandes imperios, al oeste, que sucedieron al este del Mediterráneo -los griegos, el Imperio Romano, el Imperio Bizantino, los turcos Seldjoukides y los Otomanos. Al este, son los Imperios Irano-persas en sus diferentes expresiones: el Imperio aqueménida, el sasánida, los parthes y los safávidas. Otras potencias que han sellado el destino del país: los árabes que sumergieron todo Oriente Próximo en el siglo VII y los nómadas de las estepas: los mongoles en el siglo XII seguidos, en el siglo XIV, de Tamerlan, que redujeron el país a cenizas.

Durante períodos de debilitamiento de estas grandes potencias, los monarcas georgianos consiguieron a veces establecer Estados independientes; pero, muy a menudo, la lucha era interminable entre príncipes intentando establecer un poder central y una aristocracia feudal que defendía sus intereses y libertades, aliándose incluso a menudo con potencias extranjeras para no someterse al príncipe de su región.

Aparte de estos pocos períodos de unificación, dos conjuntos de entidades bien diferenciadas han coexistido durante mucho tiempo: Georgia occidental y Georgia oriental. La línea del reparto de influencia entre los imperios del Oeste y los del Este seguramente no es indiferente a esta división, pero ésta es anterior, facilitada sin duda por la configuración geográfica del territorio. Incluso hoy, los georgianos distinguen claramente entre Este y Oeste.

Un último factor decisivo llegará del norte a finales del siglo XIX: la potencia rusa anexiona al Cáucaso en detrimento de los otomanos y los persas.

En la historia contemporánea, asistimos a la construcción de la nación georgiana en el sentido moderno en el marco del Imperio Ruso y luego de la URSS y, en definitiva, a la veleidad de los georgianos de adquirir su independencia con éxito, en 1991. Desde entonces, las relaciones de Georgia con Rusia se explican en el marco de un proceso de descolonización.

Orígenes y Antigüedad de la historia de Georgia

Hay pocas certezas sobre la etnogénesis de los georgianos. La lengua georgiana podría haber pertenecido probablemente a un conjunto de idiomas implantados en Europa antes de la llegada de los europeos; las inquietantes similitudes gramaticales con el vasco apoyan esta teoría. Según las excavaciones arqueológicas, el territorio

Reconstrucción de los craneos hallados en el sur de Georgia

georgiano parece haber estado poblado desde los tiempos más antiguos; el hombre de Dmanisi, encontrado en 2001 y datado en 1,8 millones de años (entre Homo Habilis y Homo Erectus), es uno de los homínidos más antiguos hallados en el territorio europeo. Se enfrentan varias hipótesis arqueólogas pero según algunas, se trataría de una “cuna de los europeos”, que disputaría la teoría del hombre salido de África. A los científicos georgianos les gusta llamarlo “el primer europeo” y hablar de Homo Georgicus; sin embargo, muchas otras teorías niegan esta afirmación.

Fuera de este ejemplo aislado, hay evidencias de población en el territorio desde el Paleolítico antiguo. Parece bastante probable que los pueblos que hablan idiomas ibero-caucásicos, es decir, georgianos (refiriéndose a Iberia, región histórica correspondiente a Georgia oriental), estuvieran instalados en el territorio del Cáucaso desde las épocas más remotas. Al final del tercer milenio a. C., los hittitas, un pueblo indoeuropeo, establecieron su dominio en la región. Los escritos de este pueblo no mencionan el territorio georgiano pero en ese momento cuando Georgia entra en la Edad del Bronce, certificada por muchos objetos. Fue en esa época que se desarrolló en Georgia occidental una cultura original, denominada “colquidiana”, entre los años 1800 y 700 a. C. Tal vez sea a esta civilización a la que se refiere el mito griego del Toisón de Oro.

¿Designaba la Cólquida, nombre atribuido en fuentes mucho más tardías al oeste de Georgia, a esa cultura al este del mar Negro mencionada por los griegos? La presencia de oro en la artesanía local de esa época, la configuración geográfica (el río Rioni, los pueblos de Imericia), la inquietante tradición de buscadores de oro en Ratcha y en la Svanetia, coinciden en este sentido. No hay, no obstante, ninguna certeza al respecto; incluso, investigaciones recientes ponen en duda la hipótesis de que la Cólquida de los argonautas se hubiera situado en realidad al oeste de Grecia.

Los reinos de Colquida e Iberia
Los reinos de Colquida e Iberia

En la misma época, en Georgia oriental (en las montañas de Trialeti en el Cáucaso Menor), aparecía la cultura de los kurganes (túmulos). A la caída del Imperio hitita en el siglo XII, fuentes asirias mencionan tribus que muy probablemente podrían haber sido “protogeorgianas”, como las Kachkaïs, Muchkis y Tibals. El primer hecho político importante identificado en el territorio es una coalición de tribus de la Cólquida, seguramente protogeorgiana, los Diauehis, que entran en conflicto en el siglo VIII a. C., con el reino de Urartu, vecino del sur y un Estado a menudo considerado como « protoarmenio ». Poco después, las tribus nómadas de los cimerios devastaron esos estados destruyendo todo a su paso. Tras estas invasiones, los pueblos protogeorgianos ya no vivieron en entidades políticas unificadas.

En el siglo VI a. C. aparece el primer gran imperio al este: el Imperio aqueménida persa. Las tribus protogeorgianas cayeron bajo su dominio. Las fuentes griegas (Heródoto y Jenofonte) hablan en el siglo V de tribus incorporadas a los ejércitos persas. A partir de este período, los historiadores griegos distinguirán dos reinos: la Cólquida al oeste y la Iberia al este.

Paralelamente, los colonos griegos instalaron despachos comerciales a orillas del mar Negro a principios del I milenio antes de nuestra era, especialmente en el puerto de Phasis (Poti); que debieron florecer en la época clásica.

Desde la época ateniense hasta Alejandro Magno, griegos y persas se disputan la hegemonía en Transcaucasia. La victoria de Alejandro Margno socavó entonces la influencia persa en Asia Menor. Inmediatamente después, tras la caída del Imperio aqueménida a principios del siglo III, emerge una potencia local en Mtsjeta: con el rey Parnavaz aparece la primera dinastía de Kartli-Iberia (Georgia oriental). El rey expulsa a los griegos de Mtsjeta y establece brevemente su influencia en la Cólquida-Egrisi (Georgia occidental). Esta última había estado durante siglos bajo los dominios de Ponto (reino helénico de Asia Menor), Roma y posteriormente de Bizancio; de paso aprovecharía el legado de la gran cultura helena. Como contraste, el embrión del estado de la Georgia oriental, la Kartli-Iberia, iba a resultar duradero. El desarrollo de las rutas comerciales generó una sólida prosperidad económica.

Los romanos pusieron un pie en la región a finales del siglo II a. C. La Cólquida se convirtió durante mucho tiempo en una provincia romana, mientras que Kartli-Iberia mantenía su independencia poniéndose bajo la protección del Imperio.

En los primeros siglos de nuestra era, el poder persa iba a recuperarse bajo la dinastía de los Sasánidas. En Kartli-Iberia se pusieron en marcha las futuras estructuras medievales de la sociedad georgiana, a caballo entre Persia y Roma, entre dos áreas culturales —los patrones sociales y religiosos autóctonos se aproximan sin duda al modelo persa.

Los romanos debieron ser expulsados de la Cólquida-Ergisi en el 456. Antes de que Kartli sufra de lleno el látigo de las invasiones persas, un fenómeno nuevo debía cambiar la historia del país.

El mito del Toisón de oro

Éranse una vez el hermano y la hermana Friso y Hele. Tuvieron que huir de Grecia porque su madrastra Ino quería sacrificarlos. Ayudados por Zeus, quien les proporcionó un carnero alado con un vellocino de oro, se dirigieron a Cólquida. En el camino, Hele se cayó al mar y se ahogó, dando su nombre a “Helesponto” (mar Negro para los griegos y actual estrecho de los Dardanelos). Al llegar a Cólquida, el rey Eetes acogió a Friso. Para darle las gracias por su hospitalidad, Friso sacrificó el carnero como ofrenda a Zeus y entregó el vellocino al soberano. El vellocino fue puesto en el templo de Ares bajo la custodia de un dragón.

Estatua de Medea con el Vellocino de oro en la mano en la ciudad Batumi
Estatua de Medea con el Vellocino de oro en la mano en la ciudad Batumi

Más tarde, en Grecia. Jasón es el hijo del rey de Yolcos. Su tío Pelias desposeyó a su padre del trono pero el oráculo advirtió a Pelias que sería, a su vez, destronado… Jasón viene a reclamarle el trono. Pelias se lo promete pero sólo si va a Cólquida y le entrega el famoso vellocino de oro… Jasón acepta. Embarca junto a 50 jóvenes héroes a bordo del barco Argo. Cuando llega a Cólquida, Eetes le promete el vellocino de oro pero solo si cumple con una serie de desafíos: labrar una tierra árida con dos toros con cabeza y pezuñas de cobre que escupen fuego y sembrar los surcos con los dientes del dragón. Pero Eetes no le dijo que al sembrar la tierra saldrían guerreros del suelo y atacarían a Jasón.

Prueba difícil pero Jasón puede contar con la ayuda de Medea, la hija del rey, que se ha enamorado de él… Maga, prepara un bálsamo mágico que lo protege contra las quemaduras de los toros. Luego duerme al dragón… que es derrotado por Jasón. Medea y Jasón huyen a Grecia con el vellocino, sin respetar el pacto con Eetes. Este, furioso, envía a su hijo tras Jasón, quien lo asesina. Llegados a Yolcos, los amantes fugitivos tienen problemas con Pelias y su hijo, y deben volver a huir de Corinto.

Durante 10 años llevan una vida feliz. Tienen hijos. Pero un día Jasón abandona a Medea y se casa con la hija del rey de Creonte… Como venganza, Medea mata a su rival y a sus propios hijos. Jason se suicidará de dolor. Es divertido constatar que en la versión georgiana, Medea es una buena madre: no abandona a sus hijos, son los corintios los que hacen correr este rumor para desacreditarla. ¿El origen del mito de un vellocino de oro tendría que ver con el hecho de que los excavadores de oro de las laderas sur del Gran Cáucaso colocaban vellones de cordero en los ríos para recuperar el oro?

Siglos IV a VI: la historia de la cristiandad en Georgia

En 337, el rey de Kartli-Iberia, Mirian III, bajo la influencia de su mujer, a su vez influenciada por Santa Nino, decidió convertirse al cristianismo así como toda su familia. El cristianismo estaba en plena expansión en el Imperio Romano. Durante décadas, los predicadores de Siria y Palestina habían propagado la fe en todo Oriente Próximo.

El ícono de Santa Nino
El ícono de Santa Nino

Santa Nino, probablemente originaria de Capadocia, parecía haber venido de Constantinopla para predicar en la pagana Mezkhetia. El rey de Armenia había sido, 30 años antes (según la crónica en 301), el primer monarca que hizo del cristianismo la religión de Estado. Por lo tanto, Iberia es el segundo Estado que adopta esta religión. Más allá de la dimensión espiritual, esta elección es política: al convertirse en cristiano, Mirian III se liberó del poderoso clero pagano, dio legitimidad religiosa a su reino y aseguró el apoyo de la poderosa comunidad cristiana implantada en todas las ciudades del Imperio Romano, ganando así protección occidental contra Irán.

La independencia no debía durar, ya que los persas tomaron Tiflis, entonces segunda ciudad del reino, en 368. Las élites georgianas cristianas tuvieron que luchar entonces para no convertirse al mazdeísmo, la religión persa. A lo largo de los siglos siguientes, Bizancio en plena expansión e Irán se pelearán sin piedad las dos entidades georgianas.

A finales del siglo V, el rey Vakhtang Gorgasali (446-501), considerado por muchos como el padre de la nación georgiana, estableció un reino poderoso. En 482-485, ayudado por Bizancio, cazaba a los iraníes de Kartli-Iberia. Un hecho de dimensiones históricas a través de los siglos, pues desplazaba la capital ibérica de Mtsjeta a Tiflis. Pero una vez más el reino no sobrevivió a su monarca y en 518, el virrey de Irán se instalaría en Tiflis, marcando el comienzo de un largo período de decadencia del Estado ibérico. En 580, los persas abolieron la monarquía en Kartli cuando la aristocracia ibérica se convertía en masa al zoroastrismo.

Pero el siglo VI fue también un período de evangelización intensiva del país; marca el nacimiento del monacato en Georgia. Vehementes predicadores cristianos se enfrentaban incesantemente a la clase dirigente zoroastriana; entre ellos, misioneros conocidos como los 13 padres sirios. Uno de ellos, David, se convirtió en un santo nacional. Según cuentan, vivió en una cueva por encima de Tiflis y obró milagros en la ciudad. Perseguido, se retiró con sus seguidores en el desierto de Gareja para fundar el primer monasterio georgiano. Los monasterios georgianos prosperarían en el Cáucaso y en todo Oriente Próximo. La cristiandad estaba definitivamente arraigada en el país.

En el plano político, este período se caracteriza por una ascendencia de la aristocracia de tipo dinástico y por un debilitamiento del poder central: es el nacimiento de la feudalidad georgiana.

Hasta las invasiones árabes, Bizantinos y Persas se disputan la hegemonía en Iberia, con Tiflis marcando la línea divisoria. Mientras tanto, en Georgia occidental surgió una nueva fuerza política local sobre las ruinas de la antigua Cólquida, que se liberaban progresivamente de Roma: el reino de Lázica, que había conocido la independencia. Pero a finales del siglo VI, los persas interesados en las desembocaduras del Mar Negro llevaban a cabo incursiones cada vez más violentas. Bizancio dirigió una serie de guerras contra ellos, en las que la aristocracia lázica cambió de bando varias veces. Finalmente, Bizancio reafirmó su hegemonía derrotando a los persas en 555 en Poti y sometiendo a los reyes lázicos.

Siglos VII a X: de las invasiones árabes a los Bagrationi

Las primeras incursiones de los árabes musulmanes (642-643 y 680) alteraron el equilibrio político del Cáucaso y de todo Oriente. Los iraníes fueron derrotados y Tiflis fue tomada en el 645. El príncipe de Iberia reconoció el señorío del califa; Tiflis se convirtió en residencia del emir de Kartli hasta el siglo XI.

Los príncipes locales, socavados por su autonomía, llevaron a cabo frecuentes revueltas, en particular entre 681-682 en una coalición entre georgianos, armenios y albaneses (el reino cristiano de la actual Azerbaiyán). Bizancio, centro del mundo cristiano oriental, lideró, a partir de finales del siglo VII, incesantes operaciones de contraofensiva y disputó duramente a los árabes el control, al oeste, de las provincias de Abjasia, principado emergente, y de Lázica; al este, de Kartli-Iberia.

El siglo VIII estuvo marcado por incursiones de los jázaros llegados del norte del Caspio, por ataques y contraataques entre bizantinos y árabes, así como por la resistencia cristiana periódica a la dominación musulmana que, tolerante en sus inicios, practicó cada vez más la conversión forzosa. En el este de los territorios georgianos, las provincias de Kajetia y Hereti consiguieron mantener cierta autonomía bajo la dirección de sus señores, los mtavaris. En general, los árabes tenían el control de los puntos estratégicos y de las ciudades, mientras que los príncipes georgianos controlaban los campos. Los reyes de Kartli se retiraron a Uplistsikhe por ejemplo, mientras que los árabes tenían Tiflis.

Sin embargo, a principios del siglo IX surgieron dos potencias autóctonas en los territorios georgianos. Al este, la casa de los Bagrátidas (Bagrationi), prima de los Bagrationi armenios, que restablecieron la monarquía en Armenia en la misma época. Con el apoyo del califa (al controlar a un emir rebelde de Tiflis) llegó a convertirse en la primera familia aristocrática de Kartli. Respaldada por sus bases en Tao-Klardjetia (provincia histórica georgiana hoy en Turquía, al sur de Adjaria) y por sus aliados armenios, no dejaría de subir en potencia, mientras que el poder central del califato se desintegraba progresivamente en una multitud de emiratos y de magnates locales.

En 888, Adarnase IV Bagrationi era coronado rey de Kartli-Iberia por el rey de Armenia, convirtiéndose en el primer monarca en Georgia oriental desde hacía tres siglos. Los Bagrátidas se convirtieron en la única dinastía de reyes de Georgia hasta la anexión rusa de 1801.

Al oeste surgió el reino de Abjasia con Koutaisi como capìtal, que arrancó Lazetia a Bizancio después de haberse emancipado de la influencia de esta última; este reino se convirtió en el más poderoso de los territorios georgianos.

Tras una coalición cristiana entre los Bagratides de Kartli, Guiorgui II de Abjasia, Achot II de Armenia y el Imperio Bizantino, la dominación árabe fue derrocada definitivamente en el siglo X. Pero inmediatamente después, la poderosa dinastía macedonia tomó el poder en Constantinopla y, con sus victorias sobre los árabes, aseguró su hegemonía en Transcaucasia, impidiendo a los monarcas locales emerger políticamente. Los territorios georgianos estaban divididos en: reinos de Abjasia y Kartli-Iberia, principado de Kajetia y Emirato de Tiflis. En el sur, en Tao, surgió un poderoso Estado formado por David el Grande.

Siglo XI: historia hacia un reino de Georgia

David el Grande de Tao había tomado Bagrat, el heredero de la corona de Kartli, como protegido. Le garantizó la corona de Abjasia. Si las victorias de Bizancio sobre Tao obligaron a David a ceder sus propias tierras a su muerte, las consecuencias de esta constelación fueron que cuando Bagrat heredó de Kartli al morir su padre, se convirtió en Bagrat III de Abjasia-Kartli (1008-1014), primer monarca georgiano que reinaba en provincias del oeste y del este del territorio reunidos, con Koutaisi por capital. Fracasó en la anexión de Kajetia y cuando invadió Tao-Klardjetia, se ganó la ira de Bizancio. Su hijo tuvo que devolver la provincia, pero el camino hacia una unificación de los principados georgianos estaba en marcha. Sin embargo, este Estado seguía siendo muy descentralizado, sobre todo feudal; el rey seguía siendo dependiente de una aristocracia muy poderosa, y los períodos de unidad puntuales estaban constantemente amenazados por la rebelión o el cambio de alianza de un señor. Por ejemplo, bajo el reinado de Bagrat IV (1027-1072), la persona más poderosa del reino no era el rey, sino el eristavt-eristavi (guardia) Lipariti Orbéliani.

En 1065, los turcos selyúcidas de las estepas de Asia Central hicieron incursión en Transcaucasia y devastaron el reino bagrátida. Tiflis, que después de siglos de emirato había vuelto a los georgianos, cayó; los turcos rompieron la influencia bizantina en Asia Menor con la victoria de Mantzikert y, dado que Armenia estaba devastada, el reino georgiano se convirtió en el único Estado cristiano en el este. Este período de agitación es reconocido como un trauma en la historia de Georgia, bajo el nombre de Didi Turkoba, “los grandes disturbios turcos”. Nómadas turkmenos saquearon el país después del paso de los turcos, destruyendo ciudades y culturas, mientras que los habitantes huyeron masivamente hacia las montañas. El reino se desintegraba mientras que el rey de Kajetia, que finalmente se convirtió en vasallo de los Bagrátidas, se convertía al Islam.

Siglo XII: siglo de oro de la Realeza Georgiana

Entonces aparece una figura mayor de la historia georgiana: el rey David IV (también conocido como David II) Aghmashenebeli, el Reconstructor (1073-1125). Con tan solo 16 años al acceder al trono, se aprovecha del comienzo de las cruzadas que sacude el poder selyúcida para lanzar una serie de ataques contra los turcos; finalmente rechaza pagar el tributo, consigue movilizar a los grandes feudales y anima a los habitantes a regresar de sus refugios montañosos.

David IV - el Constructor
David IV – el Constructor

Consigue una victoria decisiva en Didgori, al oeste de Tiflis, y luego expulsa a los turcos fuera de la ciudad. Así, devuelve de nuevo la capital a Tiflis desde Koutaisi, para luego asentar las bases del reino más poderoso de la región. Soberano ilustrado, estructura la administración, dota al Estado de un cuerpo de leyes, lleva a cabo una política centralizadora; hace construir fortalezas, carreteras y puentes, desarrolla Tiflis. Si la ortodoxia es la religión de Estado, los fieles de otras religiones están protegidos por leyes de tolerancia. Favorece el comercio e invita a los comerciantes armenios a establecerse en las ciudades del país. Hace construir brillantes academias en Guelati y en Ikalto, prueba de su erudición. Además es mecenas, hace construir iglesias y monasterios, financiando escritores y músicos. Representa para Georgia una primera era de oro.

Una vez más en la historia georgiana, las ganancias del padre se pierden con el hijo. Los tres sucesores de David no consiguen conservar las adquisiciones territoriales, luchan entre sí y se enfrentan con los grandes señores. Sin embargo, el país tiene cierta estabilidad interna que permite el desarrollo de una civilización cristiana original. En el ámbito del arte, la arquitectura, la literatura, los georgianos desarrollan técnicas y concepciones propias, reuniendo las influencias de las culturas bizantinas e iraníes así como también su herencia particular.

A finales del siglo XII situamos el apogeo de la monarquía georgiana, con la subida al trono de la reina Tamar (1184-1212), la bisnieta de David. Su padre Guiorgui III la incluye en el poder mientras vive para asegurar su sucesión. Cuando éste muere, primero debe derrotar a una revuelta de nobles del oeste de Georgia que se niegan a someterse a su autoridad. En primer lugar, repudió a su primer marido, un príncipe ruso brutal y alcohólico, y luego, con su nuevo esposo David Soslan, un Oseta criado en la corte de Georgia, consigue sofocar la rebelión en 1191. Comienza entonces una época de conquistas y de expansión única en la historia georgiana.

La reina Tamar (reina desde 1184 a 1213)

Figura legendaria de la historia georgiana y en particular, de su “edad dorada”, el siglo XII. A pesar de que su poder fue perjudicado desde un principio por los grandes señores, el Darbazi (Consejo) confirmó la legitimidad del poder de la Reina. La política conquistadora de la soberana hizo de Georgia, a finales del siglo XII y a principios del siglo XIII, un poderoso imperio cristiano ortodoxo que incluía en sus fronteras los territorios de la actual Azerbaiyán, Armenia y la orilla meridional del Mar Negro. La reina también participó en la creación del reino de Trebisonda, Estado greco-georgiano.

Fresco de la Reina Tamara
Fresco de la Reina Tamara

Estado próspero económicamente, el reino comerciaba con muchos países. La reina Tamar, auténtico icono, era admirada, cantada por los poetas. Se hacían joyas con su efigie, así como cuchillos, bastones de peregrinos… Como símbolo de su autoridad, sus contemporáneos, quienes le entregaron la espada de los reyes, la llamaban « el rey Tamar ». Los poetas la describían como muy hermosa, los pretendientes se peleaban ante la Asamblea, que le eligió primero un príncipe ruso, Yuri, más tarde apodado “El Miserable” por su mal comportamiento. Tamar lo repudió dos años después debido a sus vicios y a su embriaguez. Expulsado de Georgia, se embarcó hacia Constantinopla. La razón de estado le imponía un nuevo matrimonio, así que eligió un príncipe osetio descendiente de los Bagrátidas.

Bajo su reinado, los georgianos que vivían en tierra islámica no estaban sujetos a impuestos y los que vivían en Jerusalén tenían más derechos que los demás cristianos (derecho a montar a caballo, a entrar en grupo en la Ciudad Santa…). Las artes georgianas llegaron a su cumbre bajo su reinado, en particular en la epopeya, célebre obra maestra de la literatura georgiana, El Caballero de la Piel de tigre, de Shota Rustavéli.

Siglos XIII-XIV: devastación mongola y declive del reino georgiano

El sucesor de la reina Tamar debía ir a Damieta para reunirse con la IV cruzada, cuando se enteró de que unos jinetes, venidos de las estepas de Asia Central, a lomos de caballos pequeños, entraban en Georgia por el sur devastando el territorio. Tras haberse apoderado de Pekín y de los reinos de Asia Menor, las tropas de Gengis Khan comenzaron sus incursiones en el Cáucaso desde principios del siglo XIII. En 1225, Tiflis fue destruida por el fuego. Los habitantes que se negaron a abjurar la fe cristiana fueron masacrados, y los que no querían profanar la imagen de la Virgen fueron decapitados y arrojados al Kurá.

En cinco años, Kartli, Kajetia y Djavakheti fueron destruidas y casi despobladas. Para engañar a los georgianos, los mongoles llevaban la Cruz al principio de la caravana. Meskhetia era la provincia desde donde el rey organizó la resistencia. Georgia occidental, donde la familia real se refugió, sería salvada. En 1238, nueva incursión mongola; en un año, toda Georgia oriental y Armenia habían sido ocupadas. Esta nueva conquista fue acompañada de destrucciones sistemáticas. Una parte de la población encontró refugio en las montañas.

Los mongoles, como acostumbraban, reclutaron a muchos hombres para su ejército. Como anécdota, en el año 1300 se apoderaron de Jerusalén y Damasco, y luego ofrecieron la Ciudad Santa a sus mercenarios georgianos (como agradecimiento por su participación en los combates y por las cualidades guerreras del príncipe Vakhtang). Pero los georgianos la perdieron al año siguiente.

El colosal Estado mongol se fracturó progresivamente en la primera mitad del siglo XIV; la soberanía de la Horde disminuyó, y fue bajo el reinado del rey Jorge V, conocido como « el Brillante » (1314-1346), que Georgia se liberó totalmente de su yugo. Pero las incursiones procedentes de Asia Central no habían terminado ya que, a finales del siglo XIV, después de unificar Mongolia, Timour el Cojo o Tamerlán, empezó a restablecer el imperio de Gengis Khan. Una vez más, los ejércitos descargaron sobre Georgia, Tiflis fue tomada y destruida en 1386 al final del octavo ataque.

Algunos historiadores creen que estas destrucciones fueron más desastrosas que las de los ejércitos de Gengis Khan. Ante la negativa del rey Bagrat V a convertirse al Islam, los edificios religiosos fueron destruidos, los sacerdotes y los monjes quemados vivos. Kartli y Kajetia fueron devastadas, el rey Bagrat se convirtió finalmente. Pero mientras Tamerlán luchaba en la India en 1398, el nuevo rey georgiano Jorge VII intentó atacar a sus tropas en Azerbaiyán. El castigo fue terrible: Tamerlán ordenó la destrucción de Kajetia. Los bosques, los viñedos, las casas, las iglesias fueron destruidos. En 1400, las tropas recibieron órdenes de destruir la población y los cultivos.

En Kartli, la población también pasó por la espada. En 1403 se ordenó masacrar a todos los cristianos del país (georgianos, griegos, armenios). Tamerlán extendió la masacre a Georgia occidental y destruyó las poblaciones de Imereti. Al abandonar la región, Tamerlán fingió la paz para destruir mejor todos los edificios religiosos que rodeaban a Tiflis. Regresó definitivamente a Samarkand en 1404. Su muerte en 1405 provocó la repartición de su imperio. El rey Jorge VII consiguió expulsar a los últimos mongoles y restablecer la independencia de su reino en ruinas.

La realeza georgiana nunca se recuperó de este doble tornado que la azotó cuando se encontraba en la cima de su florecimiento.

Siglos XV a XVIII: entre turcos otomanos e iraníes safávidas

El inicio del siglo XV está marcado por las incursiones de otros pueblos de las estepas. Jorge VII murió luchando contra los turcomanos, así como su hijo.

La monarquía bagrátida, que desde hacía dos siglos había sido atacada desde fuera, sufrió progresivamente un desorden interno: el comercio empeoró, la despoblación fue endémica, el bosque creció sobre los pueblos; le siguió un debilitamiento de las estructuras estatales y una pérdida de autoridad del rey sobre los señores feudales.

Alejandro I (1412-1442) fue el último rey de una Georgia unida. Incapaz de resolver los problemas a los que se enfrentaba, abdicó y se retiró a un monasterio. Tras una dura lucha de los señores por la hegemonía en Georgia, el reino se fisuró. Los nobles de Georgia occidental se negaron a someterse al rey de Kartli; le siguió la creación de un reino de Imereti. Los príncipes de Svanetia, Abjasia, Mingrelia y Guria se convirtieron en señores de sus provincias y gobernaron en semiindependencia. En el tumulto de guerras entre príncipes que intentaban establecer su hegemonía sobre Kartli, Kajetia también se convirtió en un reino independiente. En el lapso de algunos años, los territorios georgianos quedaron tan divididos como en el siglo X. A lo largo de los siglos siguientes, los aspectos tribales y dinásticos de la aristocracia georgiana volvieron a resurgir con la caída de los lazos feudales. Los señores dejaron de obedecer a su príncipe.

Este debilitamiento político interno de Georgia coincidió con la aparición de dos nuevas grandes potencias en Oriente. Durante el siglo XIV, una familia turca declaró poco a poco su autoridad en Asia Menor y en Europa Sudoriental, mordisqueando al Imperio Bizantino y anexionando otros principados turcos: los otomanos. En 1453, Constantinopla cae; en 1461, era el turno de Trebisonda. Con esta victoria, los otomanos se abrieron paso a Transcaucasia.

Con el declive de los imperios mongoles, otro imperio se levantó en Irán. A mediados del siglo XV, los monarcas timúridas de Persia cayeron sobre la Kartli; Tiflis se perdió en muchas ocasiones. Hecho ejemplar de la ferocidad de estos ataques: en 1440, ante la negativa del Rey a pagar un tributo, una columna de 1.664 cabezas de soldados y civiles fue erigida frente a la ciudad de Samchvilde. Sólo el pequeño reino de Kakheti llegó a mantener su autonomía unas décadas y no reconoció la soberanía persa. Situada en la ruta de la seda y cerca de regiones prósperas del este de Transcaucasia, fuerte por una importante comunidad de mercaderes armenios y persas, Kakheti fue la única región de ese momento que conoció una prosperidad económica. Pero a finales de siglo, en Irán una dinastía iba a tomar el poder y unificar las provincias iraníes para formar un imperio poderoso que catapultara a sus vecinos: los sefevides.

Del siglo XVI al siglo XVIII, los principados georgianos se encontraron inexorablemente atrapados entre los dos imperios que se repartían el país y se enfrentaron a ellos. En la primera mitad del siglo XVI, Otomanos y Sefevides libraron una guerra sin piedad; en 1555, se firma la paz de Amassa que confirmó el reparto de las esferas influyentes, cortando al país en dos.

Toda Georgia occidental y el oeste del Samtskeh entraron en la esfera de influencia turca con diferentes grados de dominación. Las provincias del sur (Meskheti, Adjaria, Javakheti) se incorporarían directamente al Imperio. En 1628 se creó el pachalik de Akhaltsikhé, que hizo de Georgia meridional una provincia otomana como las demás; la población fue tuquificada e islamizada. El reino de Imereti y sus principados vasallos, Abjasia, Mingrelia y Guria, oscilaron entre períodos de ocupación directa y períodos en los que pudieron conservar su autonomía, aunque fuese soberanía otomana.

Georgia occidental (Kakheti y Kartli) así como el este del Samtskeh debían ser iraníes. Tras una dura lucha de los reyes de Kartlie, la región se convirtió, en dos siglos y medio, en vasallos de los chahs de Irán. Para gobernar, los reyes de Kartli y Kakheti debían convertirse al Islam y respetar las reglas de la corte de Ispahan. El yugo persa se alternaba en períodos de persecución religiosa y períodos de descanso, salpicados de intentos de los monarcas este-georgianos por liberarse.

La paz entre turcos e iraníes no la fue larga: antes de finales del siglo XVI, las hostilidades retomaron. Victoria inicial de los otomanos y después reconquista iraní a manos del sanguinario chah Abbas que masacraba a todos los tbilianos que se negaran a convertirse al Islam y expulsaba a toda la población de Kakheti a Irán para castigarla por una revuelta. Recesión iraní y después reconquista: hasta la entrada en escena de los rusos en la región a mediados del siglo XVIII, la historia georgiana es una historia de luchas entre los dos imperios por la hegemonía, por lo que sufrieron los habitantes del país.

Algunos períodos, tanto en el Imperio otomano como en el Imperio sefevide, vieron duras persecuciones religiosas puestas en marcha contra los cristianos. En general, la administración agobiaba a los cristianos porque tenían que pagar impuestos adicionales. A menudo, para no convertirse al Islam, ortodoxos y armenios se convertían al catolicismo para estar bajo la protección de Roma que tenía embajadas en Constantinopla e Ispahan. En los siglos XVII y XVIII, Roma envió muchos misioneros a la región, de ahí la cantidad de católicos en el país, todavía hoy.

Separados de Europa por la Turquía otomana y de Rusia por los montaraces del norte del Cáucaso, los georgianos miraban a dos capitales diferentes, mientras que ellos mismos habían sido los primeros instigadores de su división.

Siglo XVIII: de la emancipación a la anexión rusa

Vakhtang VI Bagrationi

Vakhtang VI Bagrationi fue un monarca de principios. En 1709, cuando debía convertirse al Islam para acceder al trono de Kartli, se negó a hacerlo; fue llevado, casi detenido, a la corte de Isfahán, mientras su hermano, que sí se había convertido, pasaba a reinar en Tiflis. Decidido a mantener su fe, Vakhtang envió al filósofo, escritor y político Suljan-Saba Orbeliani a la corte de Luis XIV en Francia, para que presionara a Irán. El Rey Sol aceptó, pero cuando Orbeliani llegó a Constantinopla, ya en su viaje de vuelta, se enteró de que el rey de Francia acababa de morir. Bajo la presión, Vakhtang se convirtió en 1716; pero inmediatamente envió emisarios a San Petersburgo para pedir ayuda a Pedro el Grande. El zar aceptó, envió tropas a Astracán en 1722, pero detuvo su campaña poco antes de unirse a las tropas de los insurgentes georgianos y armenios, por miedo de ofender a los turcos. Aunque la estrategia quedó abortada, fue la primera petición de ayuda de un monarca georgiano a la Rusia ortodoxa y la primera incursión de los rusos en Transcaucasia. Vakhtang se exilió en Rusia en 1737.

En consecuancia, los turcos invadieron Georgia oriental durante un breve pero sangriento periodo conocido en Georgia como “osmanoloba” (la otomana). Pero el imperialismo iraní recuperó fuerzas hacia 1730, mientras que la resistencia de los georgianos orientales contra los turcos se organizaba. Las fuerzas irano-georgianas liberaron Tiflis en 1735. La “osmanoloba” fue de nuevo remplazada por la “kizilbashoba” (el reino de las Cabezas Rojas, los Safávidas).

El siglo XVIII se caracterizó por el constante dilema de los monarcas georgianos entre una obediencia fiel a los soberanos musulmanes y el deseo de independencia. En Georgia oriental, dos grandes monarcas dejaron su huella a lo largo de tres cuartos del siglo: Vakhtang VI y Heraclio II.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII creció el interés de los monarcas de Kartli y Kajetia por restablecer su autoridad en Georgia. La Transcaucasia de la época era un mosaico de reinos, principados y kanatos sometidos a Turquía o a Irán en un grado de vasallaje más o menos fuerte. Teimouraz, rey de Kartli, y Heraclio, su hijo, rey de Kajetia, intentarán liberarse de la soberanía iraní. Pero también tuvieron que enfrentarse a sus rivales georgianos, a los kan musulmanes del este de Transcaucasia y a los montañeses del norte del Cáucaso, que llevaban a cabo incesantes incursiones hacia los valles georgianos.

A partir de 1748, Heraclio eliminó, uno tras otro, a los nobles locales que se oponían a su poder y se convirtió en Heraclio II de Kartli y Kajetia unidas. Heraclio II es casi el responsable del destino de la Georgia moderna, ya que puso Georgia oriental en manos de Rusia para liberarla del yugo musulmán. En medio siglo reforzó el poder central del monarca y desarrolló vínculos comerciales, políticos e intelectuales con la Rusia de Catalina II, por aquel entonces en plena conquista colonial. Cuando esta, en su expansión hacia sur, comenzó a enfrentarse con los imperios otomano y persa, el monarca georgiano intentó establecer vínculos con ella: un apoyo georgiano a la conquista rusa a cambio de protección frente a las potencias musulmanas.

El rey de Imericia, Salomón I, tenía aún más interés en un acuerdo contra los turcos. Salomón acude a Tiflis y los dos reyes georgianos se ponen de acuerdo para pedir a Rusia que envíe tropas. Pero los georgianos desconfiaban: nada obligaba a los rusos a respetar sus compromisos.

En efecto, en un momento decisivo, el general ruso Todleben deja a Heraclio II solo frente a los turcos. Primera « traición ». Heraclio toma conciencia de que solo un verdadero tratado podría garantizar el apoyo ruso. En 1773 envía a su hijo y al patriarca de la Iglesia georgiana para celebrar un tratado con este objetivo. Pero esto ocurre en el momento en que Catalina II firma la paz con los turcos. Sin preocuparles los intereses georgianos, los rusos reconocen la soberanía turca sobre Georgia occidental. Segunda decepción. Durante diez años Catalina II dio la espalda a los georgianos. Finalmente, a principios de la década de 1780 la zarina se arriesga a provocar a los turcos enviando tropas a Georgia. A pesar de la desconfianza hacia los rusos, que siempre había expresado, Irakli II prefiere deshacerse del peligro musulmán.

En 1783 se firma el Tratado de Georgievsk, que sitúa al reino de Kartli-Kajetia bajo protectorado ruso, incluyendo una cláusula que menciona que Rusia no intervendrá en los asuntos internos del Reino. Un acto que muchos georgianos pronto lamentarían.

En 1787 estalla la segunda guerra ruso-turca. Rompiendo sus compromisos, Rusia retira sus tropas de Georgia para trasladarlas a los Balcanes. En 1795, el shah de Irán, Agah Mohammed Khan, invade Transcaucasia; sus tropas saquean y queman Tiflis, y masacran a la población. Rusia no interviene. El sha propone a Heraclio que abandone la alianza con Rusia a cambio de la restitución de 30.000 prisioneros y de la reconstrucción de la ciudad. Heraclio rechaza la oferta pero haciendo saber que, si Rusia no intervenía, la aceptaría. Sin embargo, muere en 1798, dejando al país en una situación dramática. Pablo I, sucesor de Catalina II en Rusia, no iniciará ninguna campaña punitiva contra Irán.

Siglo XIX: en el Imperio ruso

El 22 de diciembre de 1800, el Senado ruso hizo firmar al zar Pablo I una orden que convertía a Kartli-Kajetia en una provincia rusa. La anexión se hizo pública el 16 de febrero de 1801. El hijo de Heraclio II, Jorge XII, fue depuesto. El virreinato del Cáucaso, parte integrante del Imperio, fue fundado con Tiflis (nombre ruso de Tbilisi) como capital. La lengua georgiana fue suprimida de las Administraciones públicas y entre 1803 y 1805 los Bagrátidas fueron excluidos del poder, mientras que la Iglesia georgiana fue asimilada a la Iglesia rusa. El poder ruso se consolidó: diversas insurrecciones nobiliarias y campesinas fueron sofocadas. El Tratado de Tilsit entre Napoleón y el zar evitó toda posibilidad de que Georgia volviera al regazo persa. Gradualmente, Rusia se fue apoderando de las otras provincias georgianas.

En 1810 los rusos se anexan Imericia. Toman Poti a los turcos en 1828, así como Guria y Samatsje (Meskhetia y Yavajeti). En 1858 fue el turno de Svenetia; en 1864 de Abjasia y después, en 1866, de Mingrelia. Por último, en 1878 arrebatan Ayaria y Batumi a los turcos con el Tratado de San Stefano. Todos los territorios de la Georgia moderna fueron integrados al Imperio ruso. Mientras que la historia de Georgia antes de la anexión fue un largo camino de divisiones y cortos intentos de unificación, el poder militar ruso consiguió en unas décadas unificar y pacificar el país.

La sociedad georgiana experimentó entonces una metamorfosis profunda. Los nobles georgianos fueron integrados en la aristocracia rusa y sirvieron en el ejército; Tiflis se convirtió en la brillante capital de la Transcaucasia rusa (Virreinato del Cáucaso) y en el centro militar de la conquista de la región. En el lapso de algunos años se convierte en una metrópolis cosmopolita, un centro de poder, industrial y comercial. Bajo el virrey Mikhail Vorontsov se desarrolla la cultura y se construyen óperas y teatros. Se fundan sociedades literarias, filológicas, etnológicas o científicas. La élite georgiana se asemeja cada vez más a la élite global del Imperio; también se politiza. El socialismo y el nacionalismo se instalan entre la aristocracia georgiana –al igual que en el seno de la numerosa comunidad armenia de Tiflis–, sentando las bases de un movimiento por la independencia. Los periódicos y los teatros se convierten en el altavoz de la creación de la identidad nacional.

Paradójicamente, el Imperio ruso había logrado con éxito la unificación de Georgia y, a pesar de la firme tentativa rusa de eliminar las peculiaridades sociales y culturales en Transcaucasia, el resultado fue una refundación de la nación georgiana. Sus élites, gracias a las estructuras desarrolladas por el Imperio, pudo, a lo largo del cambio de siglo, obtener los medios para alcanzar sus fines.

Sin embargo, la rusificación se hacía cada vez más intensa al final del siglo: en 1890 el ruso era declarado único idioma oficial. Pero el giro conservador de la política de los zares iba a suponer el inicio del fin del Imperio.

A principios del siglo XX las ideas revolucionarias se extendieron entre las clases campesinas y obreras de Georgia, como en todo el Imperio. Batumi, un puerto de máxima importancia en el Mar Negro y gran centro obrero, se convirtió en un caldo de cultivo revolucionario, donde el joven Stalin, un hijo del país, llevaba a cabo sus actividades. En 1902 fue encarcelado por haber organizado huelgas y manifestaciones en las que 7.000 obreros se enfrentaron a la guardia imperial. En Georgia occidental, los campesinos iniciaban una revuelta tras otra. En la década de 1905, el partido socialdemócrata de Georgia (mencheviques) era cada vez más activo en la duma del gobierno de Tiflis. A su vez, el alto clero georgiano se negó a participar en el sínode ruso, lo que les supuso ser deportados. En 1917, cuando estalló en Rusia la revolución de febrero, en Tiflis se creó un soviet encabezado por el líder de los mencheviques georgianos, Noé Jordania.

Siglo XX

La breve independencia

A pesar de algunas personalidades destacadas como Stalin, Ordzhonikidze o Beria, el movimiento bolchevique nunca llegó a implantarse realmente en Georgia. El soviet de 1917 presentaba un fuerte dominio menchevique, con Jordania como cabecilla. Tras la Revolución de Octubre en Rusia, se celebró en Tiflis un presidium del Consejo Nacional de Georgia que reforzó las posiciones socialdemócratas. El 26 de mayo de 1918 los diputados declararon la República Democrática de Georgia. El 24 de julio Jordania fue nombrado Primer Ministro. La República duraría tres años. Se llevó a cabo una reforma agraria, se adoptó una legislación social y política consecuente y se desarrollaron relaciones diplomáticas provechosas: Georgia fue la única república democrática que obtuvo el reconocimiento oficial de los países occidentales e incluso de la Rusia soviética.

Pero en 1918 estalló una guerra con Armenia a causa de las regiones biétnicas y de las difusas pertenencias históricas (Lori, hoy en Armenia, Djavakheti, hoy en Georgia). La intervención británica puso fin al conflicto sin que ninguno de los dos países alcanzara una posición ventajosa; durante dos años, Georgia estaría bajo protección británica.

En febrero de 1921 las tropas británicas se retiran y Georgia es invadida por el Ejército Rojo. La derrota de las tropas georgianas fue inminente. El gobierno se exiló en Francia. El 25 de febrero, el Ejército Rojo entraba en Tiflis.

La historia de Georgia soviética

Tras la invasión se instauró en Georgia un gobierno bolchevique. En 1922 el país se incorporaba a la República Federativa Socialista Soviética (RFSS) de Transcaucasia, junto con Armenia y Azerbaiyán. En agosto de 1924, el Comité para la Independencia de Georgia, un bloque de organizaciones antisoviéticas, llevó a cabo una insurrección que durante tres años puso al país al borde de la guerra civil. Fue reprimida a sangre y fuego por el Ejército Rojo y la Checa, y seguida por una represión ejemplar. Será el último levantamiento antibolchevique. A finales de la década 1920 se lleva a cabo en toda la Unión Soviética la colectivización forzada, en la que millones de campesinos morirían o de hambre o ejecutados.

La toma del poder por Stalin pone fin a la ideología internacionalista y revolucionaria a partir de 1928; es reemplazada por un comunismo nacional y patriótico; todo comportamiento revolucionario es prohibido.

El nombramiento en 1932 de Lavrenti Beria, un georgiano fiel a Stalin, como líder del Partido Comunista de Transcaucasia (ver la película de T. Abouladzé El arrepentimiento) y las purgas de los años 1937-1938 afianzarán el orden estalinista en Georgia a costa de miles de víctimas. El hecho de que Stalin fuera de origen georgiano no conllevó ninguna piedad extra para sus compatriotas: fueron ejecutados miles de georgianos; la intelligentsia quedó diezmada.

En 1936 se disolvió la RFSS de Transcaucasia y nació la República Socialista Soviética de Georgia, con los límites de la Georgia contemporánea. Incluía dos repúblicas autónomas (Ayaria y Abjasia) y un territorio autónomo, Osetia del Sur.

Al mismo tiempo, se realizan grandes obras en todo el país, especialmente en Georgia occidental, donde Stalin pretende crear el « trópico soviético ». Se planta tabaco, té y cítricos.

Durante la « Gran Guerra Patriótica » de 1941-1945 casi 300.000 soldados georgianos del Ejército Rojo (de los 700.000 movilizados) murieron luchando contra la Alemania nazi. En 1945 Stalin deportaba a Asia Central a todos los alemanes (comunidades alemanas que se habían asentado en Transcaucasia en el siglo XIX) y a todos los turcos de Georgia que no se hubiesen asimilado a la minoría azerí, especialmente los turcos de Meskhetia.

Con la muerte de Stalin (el 5 de marzo de 1953) y la publicación del informe Jruschov (1956, XX Congreso del PCUS), el deshielo, a pesar de todo relativo que pudo ser, puso fin al terror. Con Jruschov el Partido Comunista georgiano ganó autonomía gradualmente.

En 1972, la llegada al poder de Eduard Shevardnadze conllevará un intento de limitar las prácticas generalizadas de los sobornos y del mercado paralelo. La lucha de Shevardnadze contra la corrupción será eficaz y ganará popularidad entre la intelligentsia local.

A finales de la década de 1970 la conciencia nacional vuelve a tomar fuerza en Georgia. El 14 de abril de 1978 la población se manifiesta en Tiflis contra un proyecto de suprimir el georgiano como lengua nacional. Moscú, ante la magnitud de la manifestación y el apoyo de Shevardnadze a la defensa de la lengua georgiana, retira su iniciativa.

A principios de la década de 1980, y bajo el impulso de Shevardnadze, una élite nacional georgiana puede expresarse a través del cine, el teatro o la literatura, con una verdadera autonomía respecto a Moscú; los logros de Georgia en aquel momento son sin duda los más abiertamente disidentes o, en cualquier caso, los más osados de toda la Unión Soviética.

Cuando Shevardnadze fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS en 1985, se creó en Tiflis un frente nacional para la independencia. Intelectuales disidentes como Konstantin Gamsajurdia o Merab Kostava fueron, desde la década de 1960, los paladines de un nuevo nacionalismo georgiano y apoyaron la idea de la independencia del país. Una renovación nacional y religiosa sacudió la sociedad georgiana en la década de 1980, mientras que la juventud de Tiflis se volvía cada vez más politizada y seguidora de las ideas independentistas. Bajo el liderazgo de Zviad Gamsajurdia, el hijo de Konstantin, se organizó un verdadero movimiento de protesta contra varios proyectos del poder soviético y de defensa del patrimonio nacional y religioso, manifestándose en favor de la lengua nacional y desarrollando la visión de una Georgia libre y “georgiana”.

Este fenómeno, lejos de ser único, fue prácticamente el mismo en todas las repúblicas de la Unión, mientras que la perestroika iniciada a partir de 1986 hacía avanzar cada día en la desintegración del coloso soviético. Se introdujo un sistema multipartidista, trampolín de la futura independencia. Pero la descentralización de la política de Gorbachov no solo condujo a los pueblos a la senda de la libertad: sin querer, dislocó todo un sistema político-económico del que sus miembros se fueron alejando conforme se rebajaba la presión central. Junto con una crisis económica sin precedentes en la URSS, también fue el momento del auge de las identidades étnicas, de los nacionalismos y de las reivindicaciones territoriales, del cuestionamiento de todo lo que se había construido a lo largo de un siglo.

Independencia y guerra civil: las horas oscuras

El 9 de abril de 1989, en Tiflis, una manifestación pacífica por la independencia de Georgia fue aplastada brutalmente por el ejército soviético, causando la muerte de 43 manifestantes. Este trauma tuvo como efecto acelerar la lucha antisoviética. La cobardía de Moscú y el activismo en Georgia, como en otras muchas repúblicas soviéticas, aceleraron los acontecimientos. En octubre de 1990 se celebraron las primeras elecciones libres y multipartidistas en el Consejo Supremo de Georgia. Parte de la oposición antisoviética se unió en el partido Mesa Redonda-Georgia Libre, bajo el liderazgo de Zviad Gamsajurdia. La coalición ganó con una abrumadora mayoría: 155 escaños de 255, frente a 64 de los comunistas.

En la fecha simbólica del 9 de abril de 1991, es decir, dos años después de la “masacre”, Georgia declaraba su independencia. El 26 de mayo, Gamsajurdia era elegido Presidente. Pero las cosas se deteriorarían rápidamente en el nuevo país. Gamsajurdia se reveló pronto como un mal gestor con un patriotismo exacerbado. Con su decisión de cerrar las fronteras con Rusia y boicotear los productos rusos –supuestamente de mala calidad– el hambre se abatió sobre el país, que también se encontraba sin electricidad ni fuentes de energía.

El conflicto con Osetia del Sur, en plena escalada, iba a explotar bajo su mandato. Al mismo tiempo, Gamsajurdia desalienta a sus antiguos aliados al acaparar con su clan todo el poder y los bienes públicos. La libertad de prensa se vio obstaculizada y los opositores políticos tenían poca voz en esta ámbito. Esta tendencia autoritaria iba a provocar la formación de una coalición contra él.

El 19 de agosto de 1991, su Primer Ministro, Tenguiz Sigoua, que se había unido a la oposición, protestaba contra la política del Presidente. El extraño comportamiento de Gamsajurdia frente al fracaso de Moscú contra putsch del presidente ruso Boris Yeltsin hizo crecer aún más la tensión. Presentándolo como un traidor, intentó desarmar a la Guardia Nacional de Tenguiz Kitovani; como protesta, este retira sus tropas de Tiflis. Al mismo tiempo, Kitovani distribuye folletos en Tiflis acusando al Presidente de no oponerse al golpe de Moscú.

A principios de septiembre, el conflicto degeneraba cuando la policía reprimió violentamente una manifestación anti Gamsajurdia. En las semanas siguientes, los dos bandos, “zviadistas” partidarios del presidente y “antizviadistas”, se ensalzaron en numerosas refriegas tanto en la capital como en la región. Se formaron grupos paramilitares, como los brutales Mkhedrionis (caballeros), un grupo nacionalista que reunió a mercenarios antizviadistas. La Guardia Nacional se dividía en facciones pro y anti-presidente. Dirigida por Kitovani, la facción antizviadista tomó posiciones alrededor de la capital.

El 22 de diciembre de 1991 los Mkhedrionis y la Guardia Nacional pasan a la acción. Atacan las posiciones del Presidente y abren las puertas de las prisiones para reclutar nuevas fuerzas. Djaba Iosseliani, líder encarcelado de los Mkhedrionis, asume la dirección de los rebeldes. La capital se transforma en un campo de batalla: la guerra civil georgiana será breve pero dolorosa, y dejará profundamente dividida a la sociedad (entre zviadistas y antizviadistas) hasta hace bien poco.

El 6 de enero de 1992, Zviad Gamsajurdia, vencido, huye a Armenia para instalarse posteriormente en Chechenia. El golpe de Estado de Kitovani y Iosseliani tuvo éxito.

En pleno caos, los dos jefes de la guerra piensan en acudir al anciano ex primer secretario del PC georgiano, Eduard Shevardnadze, una figura popular y de consenso, para restablecer el orden político. El Zorro Blanco del Cáucaso vuelve de Rusia y los tres hombres forman un triunvirato encabezado por el Consejo de Estado, a la espera de que la calma se restablezca. Durante dos años aún habrá conatos de guerra civil en algunas regiones, mientras que los zviadistas se retiraran a Mingrelia, la región de donde Zviad era originario. El Estado georgiano está en plena desintegración; los Mkhedrionis saquean el país, las bandas armadas imponen su ley en todas partes y el gobierno de Tiflis apenas tiene control sobre algunas pocas cosas.

Zviad Gamsajurdia (izquerda) y Eduard Shevardnadze (derecha)
Zviad Gamsajurdia (izquerda) y Eduard Shevardnadze (derecha)

Y en medio de este caos estalla el segundo conflicto separatista: el 23 de julio de 1992 Abjasia declara su independencia y conduce al país a una tercera guerra, que será la más cruenta. Tras un periodo de éxitos alternativos, la guerra se decanta a favor de las tropas abjasias, apoyadas por las unidades rusas, que triunfan finalmente en septiembre de 1993.

Abjasia y Osetia del Sur: conflictos separatistas

Con sus raíces en los fundamentos mismos de la URSS, en el momento en que Georgia declara la independencia explotan dos conflictos separatistas: en Abjasia y en Osetia del Sur. La desintegración del territorio, el debilitamiento de la autoridad central y el aumento de los nacionalismos étnicos son factores que aceleran la irrupción de estos conflictos. No es un fenómeno aislado en la URSS: en Transnistria (Moldavia), en Nagorno Karabaj (Azerbaiyán)… se producen fenómenos similares.

Teritorios ocupados por Rusia
Teritorios ocupados por Rusia

Abjasios y osetios fueron dotados en la época soviética de instituciones autónomas, en el marco de la República Socialista Soviética de Georgia. A finales de la década de 1980 se producen enfrentamientos violentos entre estas minorías y los georgianos que habitan los territorios. Rápidamente, la confrontación entre nacionalismos llega a un punto de no retorno.

El territorio autónomo de Osetia del Sur en 1990, seguido en 1992 por la República Autónoma de Abjasia, se separan del Estado georgiano recién constituido. Esto degenera en enfrentamientos armados; los georgianos fracasan en la reconquista de los territorios controlados por las milicias separatistas. La independencia de las dos repúblicas autoproclamadas no es reconocida por la comunidad internacional; pero ambas entidades declaran de facto su independencia tras los acuerdos de alto al fuego que ratifican el statu quo y dejan la situación, a partir de 1994, como “conflictos congelados”.

Las controvertidas fuerzas de mantenimiento de la paz, presididas por Rusia, se despliegan en las zonas de conflicto. Desde entonces, la comunidad internacional ha intentado iniciar numerosas negociaciones, sin lograr ningún principio de acuerdo para una resolución de los conflictos. El estatuto de las repúblicas autoproclamadas sigue sin definirse. Rusia ha desempeñado un papel ambiguo en estos conflictos, basculando entre el apoyo a las fuerzas separatistas para debilitar la construcción del Estado georgiano y una suspensión de los combates cuyo objetivo es evitar un estallido global del Cáucaso (la propia Rusia se enfrenta a conflictos separatistas en su territorio del Cáucaso septentrional).

La catástrofe humanitaria es enorme: una gran limpieza étnica obligó a cientos de miles de personas a abandonar sus hogares. Más de 350.000 refugiados georgianos abandonaron Abjasia y Osetia del Sur, y unos 100.000 osetios tuvieron que marcharse de Georgia.

Si bien a principios de la década de 2000 parecía que se había logrado una cierta normalización, las posiciones en los últimos años se han endurecido. Después de que Mijeil Saakashvili llegase al poder en 2004, ambos bandos se radicalizaron, mientras que el nuevo presidente fracasaba en la recuperación de Osetia del Sur. Las relaciones con Rusia se han crispado y la situación actual pone de relieve una unión de los gobiernos separatistas en torno a Moscú, frente a un gobierno georgiano con una retórica patriótica y ferozmente antirusa. En 2008, los conflictos « congelados » estallan y el conflicto en Osetia del Sur se convierte en una extraña guerra entre Rusia y Georgia.

Actualmente el ejército ruso controla completamente los dos territorios, que ha reconocido como Estados soberanos al tiempo que extiende sus dominios. A Georgia ya no le quedan muchas cartas que jugar para poder recuperar algún día estos territorios, salvo el apoyo occidental y la perspectiva (hipotética) de implicar a la OTAN.

La otra república autónoma de Georgia, Ayaria, regresó al control del poder central en 2004, cuando Saakashvili expulsó al dictador local, Aslan Abachidzé, que había gobernado la región durante diez años en una situación de virtual independencia.

La paz de Shevardnadze

Shevardnadze consiguió deshacerse de sus molestos aliados, que se negaban a entregar las armas, en 1995. Los zviadistas fueron finalmente derrotados y perseguidos; Gamsajurdia, que había vuelto a Mingrelia en 1993 para intentar contraatacar, fue hallado muerto en misteriosas circunstancias. El asesinato, o el suicidio, sigue sin resolverse.

En los meses siguientes, los cabecillas de las milicias, Kitovani e Iosseliani, siguieron sembrando el terror por todo el país. Shevardnadze, jugando hábilmente con las rivalidades políticas, finalmente logrará acabar con ellos. Las milicias son desarmadas y, con los dos conflictos separatistas en una situación de alto el fuego, la paz se restablece a partir de 1995, al menos en las regiones centrales del país (las regiones cercanas a las zonas de conflicto viven incesantes enfrentamientos, algunas regiones se convierten de facto en autónomas, controladas por mafias o milicianos, especialmente en la montaña). En noviembre se restablece la presidencia y Shevardnadze es elegido con el 70 % de los votos.

En los años siguientes se hicieron grandes progresos si se tiene en cuenta el caos en el que estuvo sumido el país durante cinco años. Se reforzaron las instituciones, se construyó una la legislación, la sociedad civil se desarrolló y la justicia volvió a aparecer: la democracia georgiana empezaba a nacer. Sin embargo, el equilibrio es frágil;

Hubo dos intentos de asesinato contra Shevardnadze, y la delincuencia devastaba el país. Para mantener la paz, Shevardnadze creó un sistema de clientelismo basado en la corrupción de los jefes de los clanes locales para que estos mantuvieran la calma. La escala de corrupción está muy jerarquizada, de abajo hacia arriba. De hecho, si cada vez era un asunto más censurado por la incipiente oposición política, al final esta corrupción organizada tuvo el mérito de establecer el primer “consenso nacional” desde la declaración de independencia. Al final del primer mandato de Shevardnadze, en 2000, el país estaba en vías de normalización.

Siglo XXI

La revolución de las Rosas

La primera reelección de Shevardnadze es criticada por los observadores internacionales por posibles fraudes. En su segundo mandato, parece que la rápida marcha de los progresos en términos de democracia se desvanece. El país se enquista en el sistema de corrupción sin que se observe una evolución. El clan Shevardnadze posee el 70 % del capital económico del país, mientras que la economía está aletargada. La impopularidad del presidente sube, se le acusa de dirigir una “odiosa camarilla de corrupción”. La sociedad civil, cada vez más estructurada, se organiza y se convierte en un contrapeso político emergente.

Al mismo tiempo, las relaciones entre Georgia y Rusia se deterioran. En plena guerra de Chechenia, Putin acusa a Shevardnadze de albergar a combatientes chechenos en el valle de Pankisi, en Kajetia, donde vive tradicionalmente la minoría kista, cercanos a los chechenos. Tiflis niega a los rusos un registro del valle y Moscú impone un régimen de visado a los ciudadanos georgianos. Georgia toma represalias y los rusos bombardean el valle. Es solo el comienzo de un empeoramiento sistemático de las relaciones diplomáticas. Además, el gobierno de Shevardnadze es prooccidental y mantiene buenas relaciones con la OTAN. Shevardnadze consigue sin duda su mejor contrato con la construcción del oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan por tres mil millones de dólares.

Georgia, que no ha resuelto sus problemas energéticos, es totalmente dependiente de Moscú, que corta los contadores cuando no se pagan las deudas. Como un rehén, el pequeño país sufre cortes de gas y electricidad todos los días. El descontento social llevará a algunos antiguos colaboradores del presidente a pasar a la oposición a partir de 2001.

El joven Mijeil Saakashvili, al que Shevardnadze promovió como ministro de Justicia, funda el Movimiento Nacional Unido, partido político de centro-derecha cuyo principal objetivo es erradicar la corrupción y el nepotismo. Varias facciones se alían a él, así como el movimiento estudiantil Kmara (¡Basta!), al estilo del modelo de la oposición estudiantil serbia de Otpor, que desempeñó un papel importante en la expulsión del poder de Slobodan Milosevic. Varias organizaciones norteamericanas y europeas (como la fundación Soros, muy presente en el espacio post-soviético) apuestan por esta joven élite proamericana y prodemocrática para reemplazar al fallido régimen de Shevardnadze. La oposición del Movimiento Nacional cuenta con el apoyo de un medio de comunicación de gran importancia, la televisión Roustavi 2, y se hace oír en el Parlamento. No para de ganar popularidad.

El 2 de noviembre de 2003, con el trasfondo de una crisis política inminente, se celebran elecciones parlamentarias. El fraude electoral cometido por el partido del Presidente, la Unión de Ciudadanos de Georgia, es evidente y denunciado por todo el mundo. La oposición protesta contra la “victoria robada” de este partido y pide a los georgianos que se sienten en las calles de Tiflis para manifestarse en calma.

La crisis se estanca, las manifestaciones son cada vez más numerosas. Los líderes políticos, Saakashvili, Zurab Jvania, Nino Bourdjanazé, distribuyen panfletos y hacen discursos. La rosa se convierte en el símbolo de los

Tres revolucionarios - Burdjanadze, Saakashvili y Jvania
Tres revolucionarios – Burdjanadze, Saakashvili y Jvania

insurgentes. Shevardnadze no reacciona. No cede, pero no hace intervenir a la policía. El 21 de noviembre los manifestantes entran en el Parlamento por la fuerza, Saakashvili acorrala a Shevardnadze. Este último declara el estado de emergencia, pero ambos bandos parecen decididos a evitar la violencia. El 23, Shevardnadze anuncia su dimisión. El Zorro Blanco se retira, la revolución pacífica ha triunfado.

La primera era Saakashvili

Con el ambiente de euforia popular, los insurgentes organizan nuevas elecciones. El 4 de enero de 2004, Mijeil Saakashvili es elegido presidente de Georgia. El nuevo poder, apoyado financieramente por Occidente y en particular por los Estados Unidos, pone rápidamente en marcha una serie de reformas eficaces que sacan al país del estancamiento. Aunque estas reformas puedan parecer básicas, normalizan en poco tiempo un país paralizado: se establece una nueva policía, no corrupta; el ejército se moderniza y será formado por oficiales occidentales; una política de privatizaciones y de captación de inversiones relanza la economía; se inicia la reconstrucción de infraestructuras viarias y urbanas (por ejemplo, se restablecen los transportes públicos). Se pone en marcha un verdadero sistema de impuestos; la electricidad y el gas pasan a ser de pago, lo que reduce la monstruosa deuda del Estado en este ámbito. En el plazo de unos meses, el presupuesto del Estado se quintuplica. El nuevo gobierno, en definitiva, remedia todos los puntos urgentes que hacían de Georgia un país « arruinado ».

Además, el joven presidente (con 36 años se convierte en el más joven de Europa) consigue detener al barón local de Ayaria, que había convertido a la república autónoma en una verdadera república bananera, y la reintegra al poder central. El control sobre las regiones difíciles, que vivían en una virtual autarquía, se consolidará en los años siguientes. Un país que casi había vuelto a caer en el feudalismo, tan solo dos años después de la Revolución de las Rosas ya había restablecido su unidad en torno al poder central.

Sin embargo, Saakashvili fracasa en el verano de 2004 al intentar derrotar a las autoridades de Osetia del Sur, y un estallido de violencia reavivó el conflicto. Desde entonces, el restablecimiento de la integridad territorial del país se convierte en el principal caballo de batalla de Saakashvili. Las relaciones con Abjasia y Osetia del Sur se hacen cada vez más tensas. Gobiernos progeorgianos se instalan en las dos zonas de conflicto, en territorios controlados por el ejército de Georgia.

El joven presidente se muestra cada vez más violentamente antiruso y llama constantemente a una gran unión popular a su alrededor contra una constelación demonizada de las repúblicas separatistas y del Kremlin. La retórica cada vez más musculosa de Saakashvili con Rusia y el discurso cada vez más antigeorgiano de los rusos amenazan con conducir a un verdadero choque entre los dos Estados.

En enero de 2006 se inicia la “crisis del gas”. Con el pretexto de unos accidentes en los gasoductos, Moscú cierra el grifo a Georgia durante unas semanas, mientras el invierno de acerca. Pero Tiflis aguanta y consigue diversificar su abastecimiento (Azerbaiyán, Armenia). En septiembre de 2006 las autoridades georgianas arrestan a miembros de la embajada rusa en Tiflis acusándolos de espionaje. Es la “crisis de los espías”. Los embajadores respectivos son retirados, y Moscú reacciona con una dura campaña antigeorgiana: los georgianos son expulsados llenando aviones enteros y los productos georgianos son boicoteados. Aunque se evita el conflicto por poco, las relaciones son muy tensas. A lo largo de 2007, Tiflis acusa repetidamente a Rusia de perpetrar atentados o bombardeos en territorio georgiano, lo que Moscú niega.

Pero después de tres años ya son muchos los desilusionados con la Revolución de las Rosas. Hay quien acusa al régimen de concentrar todos los poderes en torno al Presidente y de intimidar a la oposición. Zurab Jvania, el mentor de Saakashvili, es hallado muerto en su casa en circunstancias dudosas. Salomé Zourabichvili, ministro de Asuntos Exteriores, es expulsado, al igual que, un año después, el beligerante ministro de Defensa, Irakli Okrouachvili. Solo un grupo de políticos, entre los cuales el ministro del Interior, Vano Mérabichvili, siguen en el gobierno.

La segunda era Saakashvili: cinco años con puño de hierro

A principios de 2007, con la acumulación de todos estos diversos factores, la tumultuosa sociedad de Tiflis empieza a expresar un descontento creciente con el gobierno. Una oposición heteróclita se une entonces para manifestar su ira en la calle; la contestación, rozando a veces la insurrección, durará cinco años. En frente, Saakashvili endurecerá más y más su respuesta. Estos cinco años de disturbios internos se superponen a las difíciles relaciones con Rusia y las repúblicas separatistas, y hacen de este periodo una etapa especialmente complicada para el joven país.

Acontecimientos de noviembre de 2007. En septiembre de 2007 el ex ministro de Defensa Irakli Okrouashvili vuelve a la política y critica duramente al presidente Saakashvili en la televisión de la oposición, Imedi. Al tercer día es arrestado por corrupción cuando estaba en funciones. Una alianza de fuerzas diversas de la oposición manifiestan entonces su indignación. Okrouashvili expresa un arrepentimiento público –más tarde dirá que se vio obligado a hacerlo– y paga una suma enorme para salir de la cárcel.

La confrontación entre el gobierbo y la oposición se radicaliza. El 1 de noviembre, el bloque de la oposición organiza la mayor manifestación que Georgia ha conocido desde la Revolución de las Rosas, entre otras cosas para protestar contra la presidencialización del régimen y para pedir un régimen parlamentario y unas elecciones parlamentarias anticipadas. Al cabo de unos días el gobierno sigue sin proponer ningún diálogo, y algunas facciones comienzan a corear « ¡Saakashvili, dimisión! ».

El 7 de noviembre, una policía antidisturbios ultramoderna interviene y dispersa brutalmente una manifestación. Las cadenas de televisión de la oposición son cerradas por la fuerza y el Presidente declara el estado de emergencia. Unas horas más tarde, anuncia, para sorpresa de todos, la celebración de elecciones presidenciales anticipadas el 5 de enero de 2008. Se juega el todo por el todo y cuenta con su carisma para derrotar a una oposición que no tendrá tiempo de organizarse para las elecciones. Tras una breve campaña electoral, Saakashvili obtiene una frágil victoria. En Tiflis, en particular, queda detrás del candidato del bloque de la oposición, Lévan Gatchétchiladzé.

La oposición protesta por las falsificaciones masivas y las presiones del poder, especialmente en las regiones. Aunque los observadores internacionales declaran que las elecciones fueron “en general honestas” y los Occidentales definen los comicios como « una victoria de la democracia », muchos testimonios denuncian fraudes de todo tipo (autobuses de falsos electores enviados a los colegios electorales, votos de electores emigrados desde hacía tiempo, invalidación de votos de los candidatos de la oposición, etc.). Desde el día siguiente a las elecciones, la oposición vuelve a salir a la calle. Anécdota interesante: el día anterior por la noche las autoridades inundaron el lugar donde al día siguiente debía celebrarse una manifestación para convertirlo, en aquel invierno riguroso, en una verdadera pista de patinaje.

La rutina de las manifestaciones. A partir de entonces, una serie de constantes manifestaciones organizadas por la oposición marcan el ritmo de la vida en la capital hasta el verano de 2009, cuando el movimiento comienza a mostrar síntomas de agotamiento. Hay el breve “intermedio” de la guerra en agosto de 2008, en el que todos se alinearon con del presidente (aunque algunos, a posteriori, describieron la guerra como una estrategia presidencial para forzar la unión nacional). Pero, excepto durante la guerra, los líderes de la oposición no paran de reunir enormes multitudes en las calles de Tiflis, a veces más de 100.000 personas, sin conseguir llegar hasta el final y forzar a Saakashvili a dimitir. Las elecciones parlamentarias de mayo de 2008, de nuevo repletas de fraudes, la guerra, las múltiples acciones gubernamentales tanto en política interior como exterior: los motivos para manifestarse se multiplican.

La última victoria del Movimiento Nacional. En febrero de 2010, un farol televisivo (en una cadena progubernamental) simula una nueva invasión rusa. Pone en escena a la oposición traicionando a la nación. La oposición es entonces incapaz de reorganizarse y de desencadenar una ola de manifestaciones: el Gobierno demuestra esta vez que es él quien controla los acontecimientos y que ya no puede topar con obstáculos importantes. En marzo de 2010, Guigui Ougoulava, el “protegido” de Saakashvili, alcalde saliente de Tiflis, gana de nuevo las elecciones municipales, y esta vez no hay acusaciones de fraudes masivos. La oposición no ha sabido unirse ni proponer una alternativa política, lo que facilita la victoria del Movimiento Nacional Unido. Los opositores, que estuvieron en varias ocasiones muy cerca de tomar el poder si hubieran llegado hasta final con el método revolucionario, vuelven a unas protestas más episódicas.

El fin de un reinado. Nadie habría predicho, después de la confirmación de su poder en 2010, que Mijeil Saakashvili y su equipo lo perderían de una vez por todas en otoño de 2012. Porque algunos previeron entonces una deriva autoritaria del poder. Pero ante una oposición obstinada, reconstruida a partir de 2011 alrededor del oligarca Bidzina Ivanishvili, el hombre más rico e influyente del país y cercano a un círculo de poder que hasta entonces había evitado entrar en política, el Presidente, abandonado por sus aliados internacionales, que ya no apoyaban sus imprevisibles decisiones, criticado e impopular, ya no podía evitar su derrota quedándose dentro de un marco democrático. Y Saakashvili no dará el paso hacia el autoritarismo. En las elecciones legislativas de 2013 debe dejar paso al Sueño Georgiano de Bidzina Ivanishvili e instalarse en una convivencia a la francesa.

La guerra de agosto de 2008

Tras el último conflicto armado en Osetia del Sur, en verano de 2004, había entre georgianos y osetios un estado de paz armada, con algunos disparos y emboscadas de vez en cuando en la zona de conflicto, en torno a los puntos fronterizos. Con Rusia apoyando firmemente a los separatistas, la retórica subía regularmente de tono, para a continuación volver a bajar rápidamente.

En la primavera-verano de 2008 la situación era particularmente tensa tanto en Abjasia como en Osetia, y los intercambios de disparos se multiplicaban. Pero esta tensión era habitual; todos pensaban desde hacía años que podía degenerar en un verdadero conflicto… o no.

La noche del 7 al 8 de agosto de 2008, para sorpresa de muchos, Georgia lanzaba un ataque masivo y demoledor sobre la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali. La parte georgiana afirmó que era necesario para detener los ataques del lado osetio y restablecer la autoridad. Para muchos, Georgia había caído en una trampa tendida por Rusia, que había reunido a un ejército importante en Osetia del Norte dispuesto a prestar asistencia a sus protegidos sudosetas.

El ataque a Tsjinvali fue masivo y violento, lo que provocó muchos bajas civiles. Pero el ejército georgiano no evolucionó con la suficiente rapidez como para poder cerrar el túnel de Roka, que une Osetia del Sur y del Norte (en Rusia). El 9 de agosto, el ejército ruso cruzaba el túnel y lanzaba una importante contraofensiva.

El 11 de agosto la debacle georgiana era total: los rusos cruzaban incluso los límites de la república separatista y se plantaban en el territorio georgiano propiamente dicho, conquistando Gori. En la noche del 11 el pánico fue total en Georgia: rumores de que los tanques rusos marchaban sobre Tiflis, de bombardeos sobre la capital y sobre objetivos militares.

Europa y los Estados Unidos, desconcertados por una nueva guerra a las puertas de Europa, están muy pendientes durante días. Los diplomáticos se apresuran a intentar frenar el conflicto -que hasta ahora era más una lucha de movimientos que de posiciones y no había causado muchas bajas. Europa, de vacaciones, tenía en Nicolas Sarkozy, entonces presidente de la UE, su emisario. El 12 de agosto, el presidente francés llegó a presentar un plan de paz que hizo firmar al presidente ruso, Medvedev, y a Mijeil Saakashvili. Sobre el papel, la guerra ya había terminado. Pero los rusos ocupaban una buena parte del territorio georgiano, que quedó partido en dos (la carretera principal entre el este y el oeste del país estaba cerrada por los rusos).

Los abjasios aprovechan la descomposición del ejército georgiano para conquistar el valle de Kodori y, así, expulsar el último bastión georgiano en Abjasia.

Esta guerra relámpago tuvo para los rusos la ventaja de demostrar que siguen siendo militarmente dueños de su espacio postcolonial, y que pueden hacer en Georgia lo que les plazca. En cuanto a los georgianos, contaron con el apoyo de una gran parte de la opinión pública internacional, logrando presentar lo que en origen fue un ataque a Osetia del Sur como una invasión rusa. Ambos bandos se centraron mucho en la comunicación, mientras que en cuanto a los hechos, si bien la guerra fue real, no tuvo nada que ver con lo que puede ser un conflicto armado violento.

Balance: aparte de las pérdidas materiales georgianas, mencionadas anteriormente, y de la destrucción de aproximadamente el 20 % de Tsjinvali y de muchos pueblos en Osetia del Sur, se puede decir que para Georgia la guerra supuso la pérdida de más territorios de los que había perdido hasta entonces: la antigua República Soviética de Osetia del Sur (de la que hasta ahora controlaba una parte, incluido el distrito de Akhalgori), las zonas fronterizas de los territorios en conflicto y, en Abjasia, el valle de Kodori. Las cifras oficiales fueron de 162 muertos civiles osetios durante el ataque a Tsjinvali. Georgia declaró, entre militares y civiles, 370 muertos, y el ejército ruso habría perdido a 83 hombres. Y la parte más cuantiosa del balance se refiere a los refugiados y desplazados: habría 30.000 del lado osetio, que huyeron a Osetia del Norte, y 22.000 georgianos. Estos últimos viiven en alojamientos improvisados construidos a lo largo de la autopista de Georgia. La guerra habría costado 19,5 millones de euros a Rusia. Georgia recibió una ayuda internacional de 4,5 millones de dólares.

La llegada del Sueño Georgiano

La transición de Ivanishvili. El oligarca benefactor del pueblo (en la década de 2000 Bidzina Ivanishvili construyó iglesias, escuelas y hospitales con su fortuna personal) se convierte en Primer Ministro con el objetivo normalizar la vida política georgiana. Desde el principio, esta figura que hasta ahora había permanecido lejos de los medios de comunicación, se presenta como la posibilidad de una transición virtuosa hacia la democracia y anuncia que solo permanecerá en política el tiempo de una legislatura.

La oposición, unida bajo su paraguas (y subvencionada con su propio dinero y su red económica), se esfuerza por parlamentarizar la democracia georgiana, así como por aplicar un estilo de gobierno más clásico y razonable que el del equipo anterior. Al mantenerse como un islote de poder cada vez más restringido, el tumultuoso presidente debe conformarse con las relaciones internacionales y ciertas funciones simbólicas para dejar gobernar a la oposición unida. Ivanishvili, el millonario que hizo fortuna en Rusia, también se esforzó por normalizar las relaciones con el gran vecino, del cual Saakashvili era enemigo como David contra Goliat, al mismo tiempo que mantenía una línea pro-occidental. Al reabrir el mercado ruso y levantarse las fronteras, un viento lucrativo sopló sobre la economía de Georgia, que ahora podía más que triplicar sus exportaciones de vino y agua mineral, así como volver a disfrutar del tránsito por carretera hacia el norte. Gracias a estos éxitos, el Sueño Georgiano gana la aprobación ciudadana y las elecciones presidenciales del 27 de octubre de 2013.

Un nuevo Presidente: Giorgi Margvelashvili. Para dar un rostro democrático al régimen que había forjado, Mijeil Saakashvili, siguiendo el modelo ruso, había convertido en anticonstitucional un tercer mandato consecutivo del presidente, reservándose, según los analistas de entonces, el papel de Primer Ministro para el próximo mandato, como Vladimir Putin en Rusia. Pero la reforma constitucional también preveía un fortalecimiento del papel del Primer Ministro, y el de Presidente se convertía en puramente representativo…

El candidato del Movimiento Nacional Unido es entonces David Bakradzé, una figura eminente y joven del partido. Pero la herida abierta por la victoria de Bidzina Ivanishvili en las legistalivas sigue abierta, y frente a un partido denigrado por la población de Tiflis e incluso de Georgia, el Sueño Georgiano propone a un “presidente normal”. Giorgi Margvelashvili, filósofo de formación, es una personalidad política de segunda fila, discreto, tranquilo y aparentemente sin ambiciones personales desmesuradas. Parece más bien un candidato de compromiso, ideal para la oposición unida que abarca diferentes tendencias políticas: no está afiliado a ningún partido. El intelectual ponderado, retirado de los medios de comunicación, para suceder al bulímico líder carismático: la fórmula le hace ganar con creces, y Giorgi Margvelashvili es elegido el 27 de octubre de 2013 con un 62 % de los votos. El ejecutivo se concentra a partir de estas elecciones en las manos de la cancillería, tal como prevé la constitución reformada.

El nuevo centro del poder: el Primer Ministro Garibashvili, mano derecha de Ivanishvili. Tal como había anunciado, Ivanishvili dimitió de su cargo de Primer Ministro y situó a su ex socio, el empresario Irakli Garibashvili, en este puesto. Garibashvili era ministro de Interior en el anterior gobierno y ahora sería el segundo hombre fuerte del nuevo poder. Por tanto, al abandonar el poder Bidzina Ivanishvili dejaba a su hombre de confianza y conservaba de esta manera un rol indirecto.

Desde su llegada al más alto nivel, Garibachvili siguió la política de Ivanishvili de diversificación de la economía, descentralización y una política exterior prooccidental acompañada de una preocupación por mantener buenas relaciones con Rusia. Lleva a cabo una depuración sistemática de los antiguos miembros del entorno de Saakashvili. El ex-todopoderoso Ministro de Interior, Ivané Mérabichvili, es detenido por abuso de poder, autoritarismo, corrupción, asesinato y organización criminal.

En julio de 2014 se instruye un procedimiento contra Saakashvili. La fiscalía pública lo acusa de abuso de poder en la represión de los disturbios de noviembre de 2007, de violación de la libertad de prensa durante el cierre de la televisión Imedi, y de confiscación ilegal de capitales del difunto oligarca Badri Patarkatsichvili. Se pide pena de cárcel; Saakashvili abandona Georgia a finales de 2013 y actualmente reside en la UE. Ante al estancamiento de Georgia en la crisis económica y con una popularidad en baja, Garibashvili renuncia para sorpresa general en 2015, para ser reemplazado por otro miembro del partido Sueño Georgiano, Giorgi Kvirikashvili.

El nuevo primer ministro es alguien habituado al poder. Cercano al ex primer ministro Bidzina Ivanishvili, contribuyó en gran medida a la caída de Saakashvili y al auge del Sueño Georgiano, y entre 2013 y 2015 fue sucesivamente ministro de economía y ministro de relaciones internacionales. Reconduce el gobierno de su predecesor, y solo reemplaza su propio cargo, siguiendo la misma política de recuperación económica y de transición hacia una economía de mercado. Pero no consigue recuperar el país de la crisis a pesar de los notables esfuerzos de diversificación.

Actualización: En las elecciones parlamentarias que fueron celebrados en 31 de octubre de 2020, el partido “Sueño Georgiano” ha vuelto a ganar a la oposición. La mayoría de los diputados de la oposición se niegan a entrar en el parlamento, denunciando que fue falsificado por el gobierno actual.

Artículo del libro Petit Futé – Georgia en español.

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